María Pérez y Álvaro Martín conquistan la plata y el bronce en los 20 km marcha y elevan a ocho el número de atletas españoles que han ganado medallas en Mundiales, Europeos y Juegos Olímpicos.
Se desperezó temprano España Atletismo para dar sus primeros pasos en París. Pasos reglados, canónicos, bajo supervisión de unos jueces que se encargan de garantizar que, al ojo humano, sus ejecutores mantengan siempre el contacto con el suelo y la pierna que ejerce de avanzadilla se muestre recta desde que toca el asfalto hasta que se asume la verticalidad. La marcha, fuente inagotable de alegrías. La especialidad que ha proporcionado a nuestro deporte más del 30% de sus preseas olímpicas; de los dieciséis metales históricos, cinco se atesoraron a base de caminar briosamente, bien 50 kilómetros (dos), bien 20 (3, de todas las disciplinas atléticas -empatada con el 1500- la que más veces nos ha permitido visitar el cajón).
Había añoranzas en la madrugada, plomiza y centelleante, amagando una tormenta eléctrica que no llegó a golpear, pero motivó que marchadores y marchadoras escuchasen el pistoletazo de salida con media hora de retraso (estaban previstos a las 7:30 y 9:20 respectivamente). Nostalgia de una distancia y un atleta. No veremos más el 50 en unos Juegos y, casi igual de melancólico, no veremos más a Jesús Ángel García Bragado, el hombre de mármol (certero apodo con que lo rebautizó el cronista valenciano Fernando Miñana), presente en todas las citas con los cinco aros desde hace 36 años: la última vez que no compitió fue… ¡Seúl 88!
A esas horas inciertas que parecen ayer cuando es mañana y las calles propician la curiosa fusión entre quienes vagan en busca de un descanso que postergaron por alargar risas, tragos, besos… y los que programaron el despertador, siempre molesto compañero de cuarto, para acudir a donde sea que acudan para ganarse el pan. En esos momentos de somnolencia, de legañas persistentes, al filo de las tres, se activó la logística de Álvaro Martín, Paul MacGrath y Diego García Carrera. Desayunar, ultimar el petate y tratar de apaciguar los nervios, las ansias de gloria, en el trayecto que les condujo al Trocadero, donde, encarando la Torre Eiffel engalanada con el logo más famoso del mundo, el mito francés, Yohan Diniz (campeón mundial en el 17), ofició de maestro de ceremonias para indicar al medio centenar de concurrentes que podían comenzar a pelar por oro, plata y bronce.
Batallar en un circuito en forma de L que partía desde el mismo lugar donde fueron inaugurados los terceros Juegos de la Ciudad de la Luz, cruzaba el pont d’léna y viraba a la izquierda para descender ligeramente por la ribera del Sena antes de volver a ascender para emprender el camino de vuelta. Un kilómetro en el que casi nada sucedió durante las primeras cinco vueltas, cubiertas en 20:19 (a casi 4:04), ritmo conservador que permitía un grupo numerosísimo en el que avanzaban con tranquilidad, sin darles mucho el viento en la cara, nuestro trío de ensueño: un doble campeón europeo y mundial, cuarto en Tokio (Álvaro); un doble medallista europeo, sexto hace tres años (Diego); el vigente subcampeón de Europa, todavía en categoría en sub 23 (Paul, muchacho de futuro fascinante).
Dos kilómetros después el paisaje cambió por obra y gracia de dos de los grandes favoritos, el sueco Perseus Karlström (campeón continental) y el defensor del título, Massimo Stano, de Italia. En cada paso sobre el puente que separa los distritos VII y XVI -ordenado construir por Napoléon a comienzos del siglo XIX en conmemoración a la batalla de Jena- eran cada vez menos los marchadores agrupados. Goteo incesante, pérdida de unidades según el ritmo se afilaba (20:02 el segundo parcial de 5 km, 40:21 el paso por el 10) aproximándose a los cuatro minutos cada giro. Se dejaba ver al frente Paul, impetuoso como siempre, talento imposible de contener. Se colocaba a la par de Stano, con Álvaro vigilante, gesto camuflado bajo la gorra blanca, veterano del oficio, paciente, justo detrás. En las tripas del paquete Diego, de nuevo pleno de confianza tras un Europeo que no respondió a sus expectativas ni atestiguó el magnífco estado de forma exhibido este curso.
Al paso por el 14 el empuje del brasileño Caio Bonfim (en los primeros compases de la competencia ya había protagonizado una escapada condenada al fracaso) y el ecuatoriano Daniel Pintado provocaban que Diego García, discípulo de José Antonio Quintana, perdiese contacto con la cabeza, al igual que el Karlström. Delante aguantaban Álvaro y Paul, discípulos de José Antonio Carrillo y Alejandro Aragoneses, a los que suponíamos casi al mismo nivel de pulsaciones viendo que en el momento de la verdad, kilómetro 15 (pasado en 1:00:09), los suyos andaban en la pelea. Stano, al frente, metía un mil en 3:52 y un juez le mostraban ‘piruleta’ amarilla para indicarle que se contuviese. El nuevo ataque de Bonfim, juguetón en extremo, descolgaba definitivamente a Paul y hacía sufrir a Stano, Pintado y Álvaro.
Cuatro fantásticos, dos vueltas. Justo al paso por el 18 perdía contacto el italiano, dos metros, un suspiro, una licencia para atrapar algo de aire tras el enésimo envite de Bonfim, al que si esto fuera el Tour habría que darle por unanimidad el premio a la combatividad. Y ahí Álvaro, soldado al toque de campana, con Carrillo tras las vallas con ganas de romper su sombrero a lo Sam Musaabini (como le contó a Begoña Fleitas, la compañera de Marca), el entrenador de Harold Abrahams inmortalizado en el cine gracias a Carros de Fuego. Pero Pintado, discípulo del campeón en Atlanta 96, Jefferson Pérez, se mostraba intratable y se lanzaba al oro (1:18:55) con la fe de los que no tienen nada que perder, metiendo el último mil en 3:31. Tras él Bonfim (1:19:09), plata, encimado por un Álvaro (1:19:11) que supo defender el bronce con temple de campeón ante el acoso de Stano (1:19:12) en un recta frenética, dispensadora de los más contradictorios sentimientos, que le ratificó como uno de los gigantes del atletismo español: sólo él, Fermín Cacho, Ruth Beitia, Daniel Plaza,Valentí Massana, Francisco Javier Fernández y Orlando Ortega poseen medallas en las tres grandes citas del deporte rey: Juegos, Europeos y Mundial.
Paul, 17º (1:20:32) contento por haber dado lo que tenía en su debut (“soy olímpico, me quedo con eso”), se mostraba entero y confiado en el futuro. El joven protagonizó una de las imágenes de la mañana cuando, ya descartado de toda posición de privilegio, al cruzarse con Álvaro y ver que peleaba por las medallas, decidió animarle a gritos como si de un aficionado más -de las decenas de miles que abarrotaban la escena- se tratase. Más cariacontecido Diego, mirada ausente, cuerpo devastado (“estoy vacío”), pocas palabras saliendo de una boca siempre locuaz y generosa. Había sido 33º tras 1:23:10 de machaque.
La prueba femenina comenzó igual que la masculina. Las nuestras siendo estrellas. María Pérez, como Álvaro casi dos horas antes, tomada por las cámaras de televisión para que la gente en casa la identificase como una de las grandes favoritas al oro. Cuarta en Tokio, perseguía la única gran medalla que faltaba en un palmarés en el relucían un oro europeo y dos mundiales. La plusmarquista nacional lideraba un potente equipo que completaban Laura García-Caro y Cristina Montesinos. Las dos primeras se acomodaron en el grupo de cabeza, pasando el kilómetro cinco en 21:34 (daba tiempo la china Jiayu Jang), junto a nombres de envergadura como la ganadora en Tokio, la transalpina Antonella Palmisano, y la doble campeona mundial en 2022, la peruana Kimberly García León. Cristina, discípula de Valentí Massana, perdía 11 segundos que aumentaron a 19 al paso por el kilómetro 10 (43:06), hito en el que Yang seguía marcando el paso, en torno a 4:18 el mil, 33 segundos por delante de un convoy de 11 pasajeras con María y Laura en asientos preferentes. La dirigida por Jacinto Garzón con ganas de liderar el panteón del atletismo nacional (nadie tiene la triple corona) y la de José Antonio Quintana de enterrar esa imagen de un reloj, una bandera y una línea de meta, la del Europeo de Roma, donde para nada tuvo la sensación de ganar una cuarta plaza, sino de perder una medalla de bronce.
En el kilómetro 14 María, junto a la china Zhenxia Ma, configuró dúo que se distanciaba en las posiciones de plata y broce, a 38 segundos de la intratable Yang. Laura pasaba octava (el último de los diplomas), con dos tarjetas rojas que la obligaban a priorizar cabeza por delante de corazón. Un kilómetro más tarde María (1:05:17) dio comienzo al show. Redujo en 8 segundos la diferencia con Yang (1:04:47) y disolvió su sociedad con Ma (1:05:19) para ir en busca de la victoria con esa estampa rocosa y energética, ese bracear turbulento que le permite desarrollar velocidades que alegran vistas y engordan palmareses.
A Antonieta le cortaron la cabeza en favor de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pérez, a quien le encaja mucho el papel de verdugo y nada el de víctima, montó su revolución en los aledaños del Campo de Marte y, con cada cruce del Sena, iba limando segundos (20 de desventaja a falta de tres vueltas, kilómetro 17) a una Yang que se negaba a compartir cuota de pantalla. En el 18 la granadina ya podía distinguir las costuras del top de su rival: la brecha se situaba en 15 segundos. Cogía las botellas a pares al paso por el box de avituallamiento, líquido a la garganta, a la cabeza, empapaba todavía más un uniforme inundado de sudor, la transpiración de toda una vida consagrada a domar el sufrimiento.
Al tañir de la campana la china revivía: 17 segundos respecto a una María emborrachada de ambición. Se agitaban las banderas españolas que decoraban las vallas, golpeadas por los palmeos furiosos de una afición que se negaba a firmar la rendición. La que sostenía María tuvo que apoyarla nada más entrar en la pata de uno de los tótems que delimitaban la meta, tan exhausta estaba, tras haber decorado el alquitrán con jirones de piel y sellar la plata. 1:26:19, a 25 segundos de una Yang que se colgaba del oro firmando una de las más arriesgadas aventuras de la historia olímpica. El bronce (1:26:25) se lo colgó la australiana Jemima Montag gracias a un ejercicio táctico superlativo en el que supo sacar partido de todos los cadáveres que una prueba de tanta dureza (más si cabe a 27 grados y 73% de humedad) fue dejando a su paso.
Laura se diplomaba (7ª, 1:28:19) en la mejor temporada de su vida deportiva después de pelear y vencer un covid persistente que a punto estuvo de apartarla del deporte de élite. Cristina completó el plantel cerrando el top 10 (1:29:11) y dando una lección de coraje, de saber batallar en tierra de nadie y no perderle jamás la cara a la cita más importante a la que una deportista puede aspirar.
Decíamos que cuando Álvaro Martín cruzó última línea el club de los españoles con medallas en ‘los tres grandes’ tenía siete miembros. Ahora tiene ocho. María ya era la mejor marchadora española antes del 1 de agosto de 2024, día histórico para nuestro atletismo. Ahora será también una de esas mujeres, como Ruth, como Ana, que trascienden su especialidad y se instalan en el ecosistema sentimental de un país entero.