La triplista gallega logra la sexta plaza en una disputadísima final que se ganó por encima de los 15 metros.
Como le gusta a ella. El Stade de France emperifollado. Aroma a noche importante. El escenario en el que la gallega encuentra la motivación necesaria para desplegar su show. Quizá sea así de sencillo: ha nacido para esto como otras nacen para dirigir países, tocar la guitarra, curar enfermedades o enseñar matemáticas. Se triplica en seis entregas y la peña se lo pasa pipa. Se la veía enchufada desde que pisó París. La mirada de los mil metros. Concentración, seriedad, minúsculas dosis de su locuacidad y simpatía, pero siempre dentro de un discurso comedido, sin aspavientos.
Así continuaba en el calentamiento Ana Peleteiro-Campaoré. Acometidas en chándal, pantalón azul, chaqueta en naranja degradado. La España del siglo XXI. Saltaba y acudía a la parte baja de la grada, se sentaba dándole la espalda y, desde allá arriba, le llegaba la voz de Iván Pedroso como si fuera la de su conciencia. Lo que le dijese pertenece al orden de lo privado, aunque uno puede imaginar desde un “sal y disfruta” hasta un “aplasta a esas muchachas y tráeme esa medalla”, pasando por millares de parámetros técnicos que maneja con habilidad de tahúr el mejor entrenador de saltos horizontales del mundo.
Con el recuerdo vivo de su título de campeona de Europa y aún más fresca su fantástica calificación de anoche (14.36 al primer intento, quinta del sumario) asistimos al primer envite de la mujer que fue bronce en Tokio portando el mismo número de dorsal que hoy: 1772 (por seguir con la numerología, los 14.85 de Roma eran la tercera season best entre las presentes y los 14.87 de aquella jornada nipona la octava marca personal de las doce triplistas). Ese brinco inaugural tuvo su aterrizaje a 14.55. Concluía la ronda tercera tras la jamaicana Shanieka Ricketts (14.61) y la cubana Leyanis Pérez-Hernández (14.62).
La segunda intentona fue anecdótica, 13.73. El mazazo vino justo después, cuando la final comenzó a desmelenarse. La estadounidense Jasmine Moore, que saltaba a continuación, voló a 14.67 para ponerse en cabeza… puesto que le duró respiración y media, pues la dominiquesa Thea Lafond batía el récord de su país (15.02) para acariciar el oro. Ricketts, nunca la desgracia, se iba a 14.87. La ronda terminaba con la jefa de España Atletismo quinta, a 12 centímetros del peldaño más bajo del podio.
Esa distancia, más 0.50, fue precisamente lo que se dejó en la tabla en el tercer intento, liquidado en 14.52. Mientras hacíamos apetito para el primero de la mejora pudimos vibrar con el récord de Europa (3:07.43) que dio la victoria a la bestialmente aclamada Femke Bol y sus compañeros y compañeras del 4 x 400 mixto, y el tercer oro consecutivo del gigante Crouser (22.90, marca de la temporada), quien también tuvo el honor (reservado a los campeones) de tocar la campana gigante situada al costado de la primera curva, tradición heredada del rugby (deporte habitual en esta instalación).
Llegó el cuarto, pidió palmas de nuevo y esta vez Saint-Denis le correspondió con más entrega (hasta entonces habían sucedido muchas cosas al mismo tiempo y al público le costaba centrar su atención). Se fue un poco más lejos, 14.59, pero no tanto como para cambiar la quinta plaza por algo más suculento. A esperar al quinto viendo a Sha’Carry Richardson protagonizar la primera gran sorpresa de los Juegos; tras una salida nefasta tuvo que conformarse con la plata por detrás de Julien Alfred, que materializa un curso soñado añadiendo el título (primera medalla olímpica en la historia de Santa Lucía) al campeonato mundial en sala logrado este invierno en Glasgow.
Saltó Ana -bajo la lluvia que llevaba ya un rato empapando el sintético violeta- tras conocer que había caído a la sexta plaza por obra de un 14.64 de la cubana Liadagmis Povea. Fue un ejercicio corto, 14.26. Estaba obligada a jugárselo todo en el último. A cara o cruz, en el filo, donde se mueve como pez en el agua (que para entonces ya caía con menos fiereza). Salió cruz, 14.31. Y tras ello la reverencia a la afición y el abrazo a Benjamin, su marido y padre de Lúa, la pequeña gigante razón por la que abandonó los saltaderos para regresar completamente en 2024 con un bronce mundial y el título de campeona de Europa. Ahora también diploma (6ª) olímpico. ¿Se puede pedir más? Ella diría que sí, por supuesto, pero honradamente hay que decir que no, así que ese abrazo era el que media España le hubiera gustado dar a una de las grandes damas de la historia de nuestro deporte.
Mario García Romo se desenvolvió bien en la primera de las dos series de repesca (accedían a semis los tres primeros de cada una) del 1500. Por dentro, a mitad de un grupo liderado por un front runner de libro, el siempre valiente Stewart Mcsweyn (57.1 el 400). Cuando empezaron las hostilidades supo entrar al cuerpo, defender posición e incluso librarse de alguna caía; la guerra consentida de las carreras tácticas a ritmo medio (ganó Cathal Doyle en 3:34.92). Pero dos envites en días consecutivos desgastan el cuerpo e incluso el salmantino, que no paraba de repetir que lucía un buen estado de forma, acusó la falta de fuerzas incluso antes de traspasar la línea de los 200 metros, cuando empezó a perder terreno hasta que echó el cierre definitivo a su debut olímpico en 3:37.01 (11º).
No mejoraron las cosas en la segunda, todo lo contrario. Destino cruel que reunió a dos hombres que estuvieron en la final de Tokio, Ignacio Fontes y Adel Mechaal, para zarandearles a su antojo y expulsarles de Saint-Denis después una carrera en la que ambos estuvieron en todo momento lejos de los puestos de combate. El granadino, que ayer dio al palo, fue mucho menos eficiente hoy: 8º, 3:35.04 (ganó el italiano Federico Riva con marca personal, 3:32.84). El catalán, irreconocible en una carrera que en circunstancias normales se adaptaba perfectamente a sus características, concluyó último (14º) una agonía de 3:42.79. Sólo toca levantarse ante el dato que jamás hubiéramos querido aportar: desde Londres 2012 no se han visto unas semifinales olímpicas de 1500 sin españoles.
Entre tanto Ureña trataba de remontar en el decatlón tras su fiasco en la pértiga. Resolvió la jabalina con un mejor tiro, el primero, de 57.93 (mejor marca del año). El segundo fue dos centímetros más escueto, el tercero nulo. Reunía 707 puntos que le posicionaban 20º con 6429. Él y sus compañeros-rivales cerraron la sesión vespertina sobre el violeta de Saint-Denis cubriendo el 1500, un ejercicio de tortura y celebración en el que los decatletas olvidaron el dolor de piernas ante las 80.000 gargantas que, al compás de los aplausos, se mostraban admiradas por tal exhibición de versatilidad. El de Onil concluyó 14ª (4:42.18), 667 puntos que hacen una cuenta definitiva de 7096 (20º del total).