En el atletismo, igual que en la vida, siempre terminamos regresando a la ciudad de Roma, donde un día comenzaron tantas cosas.
El estadio olímpico, el Foro Itálico y las estatuas del maravilloso estadio dei Marmi, los puentes sobre el río Tíber, la basílica de San Pedro del Vaticano, la vía del Corso, la Piazza Navona, la Fontana de Trevi, el Panteón, las callejuelas del Trastevere, la Piazza del Campidoglio, el foro romano, el Coliseo y el arco de Constantino que para los amantes del deporte siempre estarán ligados a los pies descalzos de Abebe Bikila…
No en vano, tal y como escribió Javier Reverte, “Roma es una ciudad que nunca terminas de descubrir, que se esconde”, y la mejor manera de buscar su belleza es pasear por sus calles como si estuviéramos en uno de los interminables atardeceres de una película de Sorrentino mientras que recordamos las palabras del genial cineasta italiano: “Roma es una ciudad que en realidad no conozco y, de hecho, es una ciudad que no quiero conocer en profundidad. Me limito a intuirla, a atravesarla todos los días como un turista sin billete de retorno, y soy feliz así. Quiero concentrarme en la dulzura de ciertas puestas de sol, en la inexplicable suavidad del clima y del estado de ánimo que sólo Roma te consiente, en los lentos paseos sin destino que te prometen siempre llevarte a lugares inéditos e irrepetibles. Y que, a veces, hasta mantienen la promesa”.
En 2024, igual que ocurrió hace exactamente cincuenta años en 1974, el Campeonato de Europa de Atletismo regresará a la capital italiana y, de la misma forma que cada vez que volvemos a la ciudad romana comprobamos que es una ciudad que nunca terminaremos de descubrir del todo, es un inmejorable momento para regresar a las biografías de Carmen Valero y Mariano Haro, los grandes atletas españoles del siglo XX que lideraron la selección española en aquella cita de 1974 a la que llegaron en momentos vitales muy diferentes y cuya propia historia y relevancia, tan inabarcable, tampoco terminaremos nunca de intuir por completo.
Con 32 años, Mariano Haro llegó a la cita europea en plena madurez, ya consagrado como uno de los mejores deportistas españoles de toda la historia y después de su histórico cuarto puesto en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y de sus segundas posiciones en el Cross de la Naciones de 1972 y en los campeonatos del mundo de cross de 1973 y 1974. Por su parte, Carmen Valero viajó a la ciudad romana en plena ebullición, sin ni siquiera haber cumplido los 19 años y como única atleta española presente en la cita, detrás del ejemplo de las pioneras Josefina Salgado, Coro Fuentes y Belén Azpeitia que habían vivido el debut del atletismo femenino español en un europeo en Helsinki 1971
En un Campeonato marcado por el calor, la humedad y la belleza del estadio olímpico, repleto de banderas italianas, el primer día de competición, el 2 de septiembre, fue el día de la prueba de 10.000 metros en la que participó el gran Mariano Haro, todavía con la fantástica final del europeo de Helsinki 1971 en la que el palentino había sido quinto con récord de España (27:59.34) en la mente, pero en una carrera que iba a ser radicalmente diferente.
Sin el tren de Helsinki, la carrera fue muy lenta desde el principio y Haro, sin saber estar quieto, pasó en primera posición los primeros mil metros en 2:44.6. A partir de ahí, sin las grandes estrellas de la prueba del anterior europeo (Vaatainen, Haase, Korica, Bedford, Tagg…), la prueba fue excesivamente monótona y pausada, sólo con un tirón puntual del británico Bernie Ford que rápidamente fue absorbido, y llegándose a falta de seis vueltas con un grupo muy compacto formado por 14 atletas.
A falta de 1.500 metros, Haro intentó lo imposible e hizo una exhibición de pundonor para escaparse de sus rivales. Pasó el kilómetro nueve en cabeza con un tiempo de 25:51.8 con Lasse Viren y Malinowski pisándole los talones, pero después de una carrera tan lenta el último mil se cubrió en 2:34, lejos de los ritmos al alcance del legendario fondista palentino. Y, tras un sprint final infinito, la carrera acabó con la victoria del alemán Manfred Kuschmann, seguido del británico Anthony Simmons y el italiano Giuseppe Cindolo, con Haro en octava posición.
Como un rayo de luz, durante aquel mismo primer día de competición, justo antes de los diez mil de Haro, la jovencísima Carmen Valero hizo su primera aparición en la pista del estadio olímpico de Roma para disputar la prueba de 3.000 metros femenino que se iba a celebrar por primera vez dentro de un Campeonato de Europa. Salvo la belga Sonia Castelein, todas las atletas se presentaban con mejor marca que la española, pero audaz y decidida, natural y valiente como lo fue durante toda su vida, tras un primer mil en 2:57.4 comandado por la suiza Moser, Valero se unió al grupo de favoritas formado por las Cacchi, Bragina, Holmen, Smith o Pangelova y llegó a situarse en octava posición. Tras pasar el dos mil en undécima posición, poco a poco fue acusando el esfuerzo de haber intentado seguir a las mejores corredoras del mundo con un ritmo demasiado exigente para ella y se fue viendo rebasada hasta caer a la décimoquinta posición. Visiblemente decepcionada, pues su carácter nunca supo de derrotas y de dejar de intentar derribar puertas y barreras, la corredora española se retiró del estadio contrariada, pero con el aprendizaje de haber hecho un doctorado táctico acelerado.
Después del día de descanso, el 6 de septiembre Valero regresó al estadio olímpico para disputar la segunda serie de 1.500 metros e intentar una clasificación para la final que se antojaba casi imposible. Con la lección del tres mil aprendida, Carmen se metió bien en el grupo de cabeza y cuando se desató la tormenta en la última vuelta, con la soviética Kazankina en cabeza, Valero aguantó muy bien los ataques finales y acabó en séptima posición con un bellísimo récord de España de 4.13.00 que, después de la última serie, le dio la clasificación por tiempos para la final en medio de la alegría de toda la representación española.
Bajo un calor sofocante y con el sol en todo lo alto, a las 17:45 horas del 8 de septiembre, último día de competición, Valero hizo su última aparición en la pista del estadio olímpico romano para disputar la final de 1.500 metros.
Tras el pistoletazo de salida, la alemana Klapezynski pasó los 400 metros en 1:02.6 y los 800 en 2:10.00. Por detrás, Carmen Valero, entre la octava y la undécima posición, siguió inteligentemente la cabeza de carrera, de nuevo con la experiencia del tres mil del primer día en la cabeza y si gastar fuerzas innecesarias. El paso por el 800 de la española fue de 2:10.8. La fila de corredoras comenzó a clarear y, tras una última vuelta apretando el acelerador, Valero terminó sobrepasando a atletas de la talla de Ellen Wellman, Joyce Smith, Gabriella Dorio o la sueca Gunilla Lindh hasta terminar en séptima posición con un nuevo récord de España de primer nivel mundial (4:11.6).
Una nueva estrella había nacido, todavía sin saber que esa joven de carácter libre y que de niña corría por el campo bajo el tintineo de un cascabel terminaría revolucionando para siempre la historia del atletismo español. A falta del relevo 4x100 del que hablaremos en otra ocasión, el consagrado Mariano Haro y la jovencísima Carmen Valero habían salvado el honor del atletismo español en aquel europeo de Roma 1974.
Dentro de unos días, volveremos al estadio olímpico de Roma. Caminaremos otra vez por las interminables calles de la capital italiana. Y al mismo tiempo que perseguiremos sin rumbo la belleza que sólo cabe en su silencio y en sus puestas de sol, recordaremos de nuevo aquellos días en los que Mariano Haro y Carmen Valero, consagrados como una de las mejores parejas de la historia del atletismo español y convertidos en nuestros Anita Ekberg y Marcello Mastroianni particulares, nos enseñaron que también nosotros podríamos vivir dentro de una escena de la Dolce Vita.