Cartas de Helsinki: Antonio Corgos

A seis centímetros de la medalla de bronce en longitud
Jueves, 29 de Junio de 2023
Miguel Calvo
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Antonio Corgos en helsinki 1983

Con motivo del 40º aniversario del primer Campeonato del Mundo de Atletismo celebrado en Helsinki en 1983, traemos en primera persona los testimonios de los tres finalistas españoles en la cita finlandesa. Este tercer y último capítulo nos lleva hasta Antonio Corgos, que acarició la medalla de bronce en longitud.

 

El nacimiento de los Campeonatos del Mundo de Atletismo en Helsinki 1983 fue para nosotros algo nuevo y un aliciente enorme. En aquella época solo teníamos los Juegos Olímpicos cada cuatro años y a, medio camino, el Campeonato de Europa, de manera que los años seguían un ritmo muy definido: Juegos Olímpicos, año en blanco, europeo, año en blanco y de nuevo Juegos Olímpicos, por lo que los Mundiales supusieron rellenar un poco más cada ciclo con una gran competición que era lo más parecido a unos Juegos, pero con nuestro deporte como único protagonista.

Además, fue un gran Mundial, y fue muy especial que se celebrara en un país con una tradición atlética tan grande como Finlandia. Los atletas nos alojamos en el centro deportivo de Otaniemi, muy parecido a una villa olímpica, donde convivimos los distintos países y donde compartimos pista de entrenamiento.

Desde el Campeonato de España de San Sebastián, donde apenas pude saltar, tenía unas molestias y, en aquellos tiempos en los que todo era muy diferente y vivíamos mucho más en el aire, me llevaron a Helsinki sin poder entrenar nada los días previos, también por la oportunidad de poder trabajar con los servicios médicos que había allí y con los que tuvimos una conexión muy buena gracias a un masajista finlandés que llevábamos dentro de la selección. Era otra época, pero fui a ver qué pasaba y todo el entrenamiento previo fue cero. Tan solo el tratamiento de los médicos de la villa, que hasta me tuvieron que sacar un hematoma coagulado en la zona abdominal, aunque en los 10 días que estuve allí me trataron fenomenal y la cosa mejoró mucho.

Hasta la mañana previa a la competición no sabía si podría saltar y al levantarme fui a hacer un calentamiento para ver cómo estaba. En ese momento vi que podía correr bastante correcto, así que decidí que ya que estaba allí había que saltar.

Desde el comienzo de la clasificación las sensaciones fueron buenas y pude competir bien, hasta el punto de que, como me era característico, en el último intento hice un salto de 8.05 metros con el que me clasifiqué para la final y ya me vi metido en faena. Evidentemente, Carl Lewis estaba muy por encima de todo. Luego estaba Jason Grimes, que fue el que quedó segundo y que también estaba un poco por encima del resto, pero después estábamos los demás y ahí veía a todos a mi alcance.

Durante la final, tanto mentalmente como por números, estuve luchando por el podio hasta el último momento y al final me quedé con 8.06 metros, rozando los 8.12 del bronce. Aunque en ese instante no lo piensas y siempre quieres más, analizando el pasado, y viendo que pude igualar el séptimo puesto que había alcanzado en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, es algo para ponerlo muy en balanza, máxime viniendo de donde venía.

Seguramente no sea yo el gran valedor de Carl Lewis para decir lo que era competir con él y siempre he sido un poco su antítesis porque, además, estando tan cerca veías comportamientos de divo que nunca me han gustado. Muy diferente en todos los sentidos a auténticos cracks como Mike Powell o Larry Myricks, con los que podíamos charlar tranquilamente, o alguno de los saltadores con los que más he disfrutado, como el italiano Giovanni Evangelisti con el que me unía el mismo carácter mediterráneo.

Con los atletas de los países del Este no teníamos mucho trato y, en medio de toda la tensión política que hubo entre Moscú 1980 y Los Ángeles 1984, en Helsinki no pasó nada y fue un punto neutral a favor del atletismo. Yo lo había pasado muy mal en Moscú, porque nosotros estábamos en el lado de los que peligraba nuestra participación y que con 20 años te digan que quizás no puedas ir a unos Juegos Olímpicos fue muy difícil. Después, en Los Ángeles 1984, ya lo viví mucho más tranquilo porque ahí ya estábamos en el lado de los que sí que íbamos a participar y quien no quisiera ir no era nuestro problema.

En todo caso, con el primer Mundial se pusieron en el calendario tres competiciones anuales muy importante y muy marcadas (Campeonato del Mundo, Juegos Olímpicos y Campeonato de Europa). Después el Mundial pasó a ser bianual y poco a poco fueron naciendo muchas más competiciones. Está claro que ahora todo es diferente y que los intereses son otros, pero sin querer quitarle valor a lo actual yo creo que el calendario antiguo tenía mucho más mérito porque había muchas menos oportunidades y tenías que estar bien en el momento clave para no tener que esperar demasiado tiempo hasta la siguiente oportunidad.

Antonio Corgos en helsinki 1983

Personalmente, en Helsinki me marcó mucho coincidir con el brasileño Joao Carlos de Oliveira, plusmarquista mundial de triple salto. En 1980 hice una gira por Latinoamérica y tuve la oportunidad de establecer muy buena relación con él después de un mes viajando de competición en competición. Al año siguiente tuvo un grave accidente de tráfico, a consecuencia del cual le tuvieron que amputar una pierna y que supuso el final de su carrera atlética y el inicio de un montón de problemas personales. Viajó a Helsinki invitado por la organización y, después de haberlo conocido en su plenitud, encontrármelo allí deprimido, amputado y con claros síntomas de que el alcohol ya había comenzado a comerlo por dentro, me impactó mucho y me dio mucha pena.

Lo mejor fue la convivencia que tuvimos en la villa con los atletas del resto de países, con nuestra pista de entrenamiento donde coincidíamos todos, a excepción de los divos. Desde allí fuimos directos a Praga con motivo de la Copa de Europa y en conjunto fue un viaje muy largo.

Dentro de mi trayectoria como atleta, después de la explosión de juventud de Moscú 1980 y antes de la madurez del Seúl 1988, aquel ciclo olímpico de Los Ángeles 1984 con el Europeo de Atenas 1982 y el Mundial de Helsinki 1983 fue la etapa en la que aprendí a ser profesional.

Hasta los 20 años y Moscú 1980, solo jugaba, pero luego llega un momento en el que tu sueño es ser campeón olímpico. En aquella época no me quería mover de Cataluña y ahí es cuando empecé a entrenar con Jaime Enciso. Cada entrenador me ha dado una cosa y él, aunque era un entrenador de vallas, fue el que me dio un método, una forma de hacer las cosas, y el que me enseñó a ser profesional.

La cosa iba muy bien, pero en Los Ángeles tuve un palo muy gordo porque esperaba más de mí mismo y tuve que empezar a buscar algo diferente: cambios en mi vida, lugar de entrenamiento… Desde ese momento tuve algún problema físico, pero el siguiente ciclo olímpico fue un ciclo de madurez que desembocó en el quinto puesto de Seúl 1988. Ya no tenía aquella frescura de cuando eres un joven que ni piensas ni padeces, pero con la madurez también se pueden conseguir cosas. Hasta los 20 años era un loco y en Moscú 1980 era un animal que acababa de salir de una jaula. Pero con el tiempo van llegando los miedos, los problemas, y tienes que aprender a gestionarlos. Estoy convencido que, si hubiera sabido sacar el máximo rendimiento a mi estado de forma de los 20 años, hubiese llegado a saltar 8.50, pero cuando llega la madurez, el físico ya es diferente. Al fin y al cabo, eso es la vida y la madurez: saber sacarle el máximo rendimiento a lo que hay.

 

HISTORIAL DEPORTIVO DE ANTONIO CORGOS