Con motivo del 40º aniversario del primer Campeonato del Mundo de Atletismo celebrado en Helsinki en 1983, traemos en primera persona los testimonios de los tres finalistas españoles en la cita finlandesa. En esta segunda entrega el protagonista es José Manuel Abascal en la antesala de su medalla olímpica en Los Ángeles.
Antes de Helsinki ya había tenido la oportunidad de competir en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y en el Campeonato de Europa de Atenas 1982, donde conseguí la primera medalla europea del 1500 español, y el hecho de que se fuera a disputar por primera vez un Campeonato del Mundo fue una ilusión tremenda, porque era casi como ir a unos Juegos. Además, como los Juegos Olímpicos de Moscú estuvieron marcados por el boicot, se puede decir que era nuestra primera gran competición mundial. En esta ocasión estaban todos los países y en los 1500 metros, salvo alguna contada excepción, estaba la flor y nata mundial.
El primer objetivo era llegar a la final, pero sabíamos que habría que competir muy duro para conseguirlo. Llegué en muy buena forma, junto a José Luis González, que en ese momento éramos los dos mejores atletas del 1500 español, y lo afrontamos con muchísima ilusión y responsabilidad, conscientes de que nos teníamos que situar entre los mejores para seguir avanzando.
Siempre que podía entrenaba en altitud, porque tanto a mí como a mi entrenador Gregorio Rojo nos gustaba mucho. Por ejemplo, antes de Moscú estuve entrenando con Domingo Ramón en México en el Nevado de Toluca a 2000, 3200 e incluso a 4800 metros de altitud los sábados. Para este Mundial estuve en St. Moritz, con el atleta suizo Pierre Délèze. Teníamos un nivel muy parecido y nos hicimos muy amigos: él me invitaba allí y yo a él aquí. Y al año siguiente, para Los Ángeles 1984, estuve en Áliva, en los Picos de Europa, a 1700 metros de altitud. En St. Moritz estábamos un poco por encima de los 2000 metros y era un sitio idílico en plena Suiza, con unos lagos y unos recorridos impresionantes, además de poder contar con una pista de atletismo de tres o cuatro calles.
Mi filosofía siempre fue que me podrían ganar en una carrera, pero nunca en un entrenamiento. No tenía años sabáticos y mi trabajo se basaba en ritmo espartano, lucha sin cuartel y trabajo extenuante, que era lo que había en aquella época, con un entrenamiento mucho más basado en el poderío físico que en las propias técnicas de entrenar. Además, estábamos mucho más influidos por la naturaleza. Por ejemplo, en Picos de Europa nos metíamos todos los días en los lagos que se formaban a más de 2000 metros con el agua del deshielo y que nos servían de farmacia o antiinflamatorio natural.
Finlandia es un país espectacular y siempre que he estado allí me he sentido muy bien, como si fuera Cantabria: lluvia, todo verde… En 1977, después de haberme proclamado campeón de Europa junior de 3000 metros, ya había tenido la suerte de correr de lado al lado del país (Turku, Helsinki, Lappeenranta, Rovaniemi…) porque decidieron que en todos los mítines hubiera un duelo entre el campeón de Europa junior de 1500 metros, el finlandés Ari Paunonen, y el de 3000 metros, y fue una experiencia que me enseñó mucho. Íbamos a pueblos que parecían muertos, con cuatro o cinco casas, y de repente había 4.000 o 5.000 espectadores. Parecía irreal y cuando llegaba la jabalina era impresionante, se caía el estadio.
Para el Mundial, viajamos a Helsinki con mucha ilusión. José Luis González era el favorito, porque venía de ganar a Coe en París, y cuando llegamos al aeropuerto se llevó toda la prensa y yo pasé casi desapercibido.
La competición fueron tres carreras en tres días seguidos, igual que al año siguiente en Los Ángeles. La primera eliminatoria la pasé bastante bien y fui segundo en la cuarta serie. Al día siguiente, la semifinal fue espectacular porque me tocó una carrera con todos los pesos pesados. Antes de la carrera, el neozelandés John Walker empezó a protestar muy vehementemente, sin dejar de hace aspavientos y muy cabreado, porque decía que las semifinales estaban tan descompensadas que en una estaba Steve Scott y en la otra estábamos todos los demás y quiso poner una protesta formal. Yo tenía 25 años, no dominaba el inglés y ahí estuve callado, asustado. Todo el mundo le daba la razón, porque entrar entre los cuatro primeros parecía casi imposible, pero no prosperó y se corrió así. Con todo, José Luis Gonzalez cayó en la otra serie y yo pasé tercero en la mía y avancé a la final, lo cual, en la época que era y con el nivel que había, para mí ya suponía un éxito muy grande.
La final fue un día lluvioso, con una carrera muy táctica por encima de 3:41 que me perjudicó mucho, todo lo contrario a lo que nos esperaría al año siguiente en Los Ángeles 1984 con una carrera muy dura gracias a Steve Scott. Recuerdo que en Helsinki pasamos el 800 a 2:11 o 2:12 y la última vuelta Steve Cram la corrió en 52 segundos. Fue un día muy desapacible, con lluvia y viento, y pasó lo que suele pasar: si no tira nadie, el que se ponga a tirar está muerto, por lo que todos quietos. Yo me encontraba muy bien, pero no tuve suerte porque fue una carrera en la que no pude maniobrar a gusto. Aun así, quedé quinto por detrás de Cram, Scott, Aouita y Ovett y fue un gran resultado, pero si hubiese sido una carrera rápida podía haber estado más arriba.
En aquella época no tenía todavía la lucidez y la valentía que tuve un año después en Los Ángeles, donde me di cuenta de que en una carrera lenta y táctica yo no podía maniobrar y que tenía que hacer algo diferente. En ese sentido, Helsinki fue sobre todo un punto de aprendizaje para lo que vendría después y para mi bronce olímpico: a partir de ahí soy consciente de que tengo que mover el pelotón porque, si no, no tenía nada que hacer.
De hecho, me encontraba tan bien que desde Helsinki viajamos a Praga para la Copa de Europa y allí gané con una marca de 3:33.63 que todavía sigue siendo el récord de la competición [Nota del editor: el récord de Abascal lo será para siempre, pues la Copa de Europa dejó paso en 2009 al Europeo por Equipos, en el que precisamente otro español, Mohamed Katir, posee el récord del campeonato en 1500 m con 3:36.95 en 2023], dejándome ir toda la recta de meta. No había cronómetros en la pista y la gente salió tan rápido que, como era solo una carrera por los puntos, yo no me di cuenta y pensé que me estaba encontrando mal, en vez de ver que pasábamos cada vuelta en 54 segundos. Aun así, tiré más para ganar y a falta de 200 metros vi que me había quedado solo, por lo que ya me dejé ir pensando exclusivamente en que lo importante eran los puntos y sin darme cuenta que Rojo me estaba gritando para que continuara corriendo porque podía dar un buen bocado al récord de España. Luego competimos en los Juegos Mediterráneos de Casablanca, donde José Luis González y yo fuimos segundo y tercero detrás de Saïd Aouita y con un estadio enloquecido. Aquel día vivimos algo inédito porque Aouita ni siquiera pasó por cámara de llamadas y, cuando ya estábamos en la salida dándonoslas tan felices por no tener que enfrentarnos a él en su propia casa, le vimos salir al estadio por un túnel rodeado de escoltas y en medio de la locura colectiva. Nunca vimos algo así.
Con todo, aquel primer Mundial de Helsinki fue un punto muy importante en mi trayectoria: fue cuando me di cuenta de que me estaba instalando definitivamente entre los cinco o siete mejores de la élite mundial y que había que afrontar el año olímpico de 1984 dejándose la piel por el camino. En ese momento todo el mundo te felicita y tú piensas que realmente ser quinto es una mierda, porque uno siempre quiere más, pero eso es parte del aprendizaje. En una semifinal tan difícil, me enfrenté al dragón y lo vencí. Luego en la final aprendí que no podía correr en esas pruebas tan tácticas y me conjuré para que eso no volviera a pasar. Desde ahí, a mí me podrían ganar, pero para hacerlo iban a tener que correr más rápido que yo y llegar muertos a la meta. Una filosofía y una forma de correr diferente. Un eslabón más en el aprendizaje de la vida atlética.