Con motivo del 40º aniversario del primer Campeonato del Mundo de Atletismo celebrado en Helsinki en 1983, traemos en primera persona los testimonios de los tres finalistas españoles en la cita finlandesa. En esta primera entrega el turno es para José Marín, el único medallista español en ese primer Mundial.
Después de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y del Europeo de Atenas 1982, el primer Campeonato del Mundo de Helsinki 1983 fue una motivación extra, especialmente para una disciplina como la marcha en la que no había muchas competiciones importantes. Tan solo teníamos la Copa del Mundo de Marcha por Equipos, que además coincidía con los años en los que no había una gran competición internacional, pero no era lo mismo que un Mundial.
Realmente estaba entrenando muy bien. Al doblar en 20 y 50 kilómetros era un atleta que podía hacer ambas pruebas con un buen nivel, aunque como venía del 20 tenía más seguridad en esta distancia. Por aquella época todavía no habíamos empezado a ir a Font Romeu, pero antes de Helsinki estuve en los Pirineos y luego bajé como siempre a Sant Celoni, aprovechando que allí también hay una pista de atletismo, para terminar de entrenar las últimas semanas a nivel del mar. Me encontraba en un gran estado de forma.
En Helsinki ya había estado alguna vez más, como en un encuentro internacional con Finlandia, e igual que en otras ocasiones nos alojamos en el Centro Deportivo de Otaniemi, un lugar muy bonito a las afueras de Helsinki en plena naturaleza y a lado de un lago. Con los años los recuerdos se han ido difuminando, pero, tal y como vivíamos la competición cuando doblabas y tenías los 20 kilómetros casi el primer día de competición y los 50 kilómetros al final, puedo asegurar que no vi Helsinki y que no salí de allí. Era un lugar precioso.
Además, la forma en la que se vive en atletismo en Finlandia es muy diferente. Recuerdo que la gente iba totalmente informada, con su librito de pruebas y con su ranking. A nivel competitivo han ido bajando con el paso de los años, pero el público finlandés tiene sobre todo un conocimiento muy alto y un amor muy grande por el atletismo.
En la prueba de los 20 kilómetros me encontré bastante bien y el ritmo fue bastante intenso. Siempre me gustaba ir en segunda línea, detrás de los iban tirando. Y según iba en el grupo, totalmente concentrado y esperando el desenlace final, recuerdo como un flash que en la curva del extremo del circuito más alejado del estadio me giré para mirar cuántos íbamos en el grupo y me sorprendí al ver que quedábamos 18 o 20 marchadores y solo faltaban tres o cuatro kilómetros para la meta. El ritmo era muy fuerte y pensé que lo quedaba iba a ser muy duro. Desde ahí la cosa se empezó a acelerar aún más y recuerdo que los de delante se me fueron un poco, pero estuve luchando casi hasta el último momento con el ruso que fue tercero, y al final quedé en cuarta posición. En ese momento no estaba muy contento, porque realmente estaba muy bien, pero después fueron llegando Raúl González y todos los grandes y fue cuando me di cuenta del valor de lo que acaba de conseguir. Fue una prueba con un nivel altísimo y, acostumbrado a que normalmente las competiciones se resolvieran antes, no recuerdo una prueba con un nivel tan alto hasta los mismos kilómetros finales.
De la prueba de 50 kilómetros lo que más recuerdo es la lluvia. Empezó a llover muchísimo y recuerdo que en la meta hacía un frío tremendo. Allí le comenté al ganador Ronald Weigel que hacía muchísimo frío y él, agarrándose un pliegue de la piel, se reía diciéndome que al menos yo tenía algo de músculo que me protegía, pero que él estaba tan delgado que lo había pasado muy mal.
En vistas de la enorme previsión de lluvia que había, antes de la prueba unté todas las zapatillas de vaselina para escupir el agua, lo que me vino muy bien porque había zonas en medio del parque con muchísimo agua y charcos. De hecho, en la foto que está en la portada de la revista Atletismo Español, salgo ya en la pista con la cabeza agachada y fue porque estaba chorreando del agua que caía por todas partes. Igual que en los 20, la prueba también tuvo un ritmo muy alto y fui recuperando puestos porque la gente no paraba de caer a medida que iban tirando y tirando. Al final pude quedar segundo y ganar la primera medalla de un atleta español en un mundial.
En aquel momento, después de Moscú 1980 y del título europeo de Atenas 1982, me encontraba más o menos al principio de la mejoría que estaba experimentando, sobre todo de cara a los 50 kilómetros, donde llegaba con el bagaje de los récords del mundo que había batido un poco antes, pero donde todavía no estaba curtido, ni mucho menos.
Los 50 kilómetros marcha son una prueba en la que una cosa es hacer una buena marca, como me pasaba a mí en Valencia, en invierno y con buenas condiciones climatológicas, pero otra cosa es dominarla y estar bien curtido. En mi caso, además, viniendo de los 20 kilómetros me favorecían esas pruebas de 50 kilómetros rápidas y con buen clima. Todo lo contrario de lo que me ocurría en los 20 kilómetros, donde me faltaba un poco de velocidad en comparación con los mejores y donde necesitaba mucho calor y pruebas con mucha más dureza.
Tras Atenas y Helsinki estaba muy confiado y ya pensaba en las pruebas siguientes, pero, aunque todavía tuve unos años buenos, empecé a tener problemas de lesiones y la verdad es que estuve muy limitado. Los Ángeles 1984 debían de haber sido mis Juegos Olímpicos, no tanto por edad como por progresión, porque tenía ya 34 años, pero dos días antes me rompí una costilla y, aunque pude competir infiltrado en los 20 kilómetros y aun así terminé en sexta posición, no estuve bien mentalmente y ya ni quise salir en la prueba de 50.
Luego empalmé unos problemas de osteopatía de pubis que venía arrastrando desde Los Ángeles y cuando volví a recuperarme fue en el Mundial de Roma 1987, donde gané el bronce en el 20. En Seúl 1988 estaba muy fuerte, pero solo pude quedar cuarto en los 20 y quinto en los 50 kilómetros. Como siempre, son solo las excusas a las que nos agarramos los atletas, pero después de haber entrenado muy bien para el calor que se suponía que nos íbamos a encontrar en Seúl aprovechando las altas temperaturas de mediodía durante todo el verano, antes de la competición cayó una tormenta y el clima se enfrió mucho, con las pruebas más rápidas que había habido hasta ese momento, y donde me volvió a pasar lo de siempre: unos 20 kilómetros demasiado rápidos y unos 50 con mucha gente descansada.
Por una cosa u otra, incluso cuando las cosas te salen bien, al final siempre hay unas circunstancias y con todo ello yo estoy muy contento de mi trayectoria. El hito siempre es la medalla olímpica, por lo que luchas, pero a mí personalmente no me hace ninguna falta. He sido cinco veces finalista en Juegos Olímpicos. Desde el Campeonato de Europa de Praga 1978 con 28 años hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 con 42 he tenido mucho tiempo para disfrutar del atletismo y de la alta competición. Y al final, si tú haces todo lo que está en tus manos, como bajo aquella lluvia de Helsinki, es para estar muy orgulloso.