Cuento de Navidad

Viernes, 29 de Diciembre de 2023
Miguel Calvo
Image
Jesús Hurtado
Archivo RFEA

En plena Navidad, tan lejos y a la vez tan cerca del centro de la gran ciudad, la niebla y las primeras luces de los días de invierno esconden bajo los árboles de la madrileña Dehesa de la Villa secretos que parecen atrapados en otro tiempo, tal y como debió de sentir en su día el poeta José Manuel Caballero Bonald, buscador ingobernable de la bruma de sus poemas bajo el aire de aquellos mismos pinares.

Habitante de Argónida, la casa en Madrid del poeta jerezano se encontraba junto a este bosque urbano, donde vivió al lado de otros escritores como Paco Brines, Fernando Quiñones, José Ramón Ripoll, Arcadio Blasco o Carmen Perujo y donde paseaba cada día alrededor del Cerro de los Locos y las colinas que forman un peculiar paisaje forestal, convencido de que quien convive con árboles dispone de poderes y que, en plena naturaleza, siempre es posible perderse por alguna zona solitaria.

Antes de aquellos versos, durante los años cincuenta en los que la posguerra todavía hablaba de hambre y miseria, la Dehesa de la Villa fue también el lugar de recreo de Jesús Hurtado (Madrid, 1928), donde entrenaba cada noche entre los pinos a la luz de las linternas junto a su amigo Luis Gómez.

Huérfano de padre desde los siete años y miembro de una familia pobre de cinco hermanos del barrio de Tetuán, por aquel entonces Jesús Hurtado era tan solo un prometedor corredor que había comenzado a correr durante el servicio militar y que compatibilizaba su trabajo en la imprenta con su sueño de ser atleta. Pero pronto, hecho a sí mismo, se convirtió en toda una leyenda del Atletismo Español y demostró que no solo los atletas universitarios podían soñar con títulos de campeones de España, récords nacionales o con viajar hasta la mítica San Silvestre de Sao Paulo persiguiendo Nocheviejas. Hasta el punto de que su nombre será siempre parte de la historia de nuestro deporte al haber sido el ganador de las dos primeras ediciones de la San Silvestre Vallecana en 1964 y 1965 y de la mayor parte de las carreras que por entonces formaban el calendario madrileño, a medio camino entre el sueño olímpico y el espíritu de las primeras carreras populares.

Jesús Hurtado

No en vano, tantos años después, los miles de corredores anónimos y de élite que cada noche del 31 de diciembre viven la fiesta de la Vallecana corriendo por Serrano, la Puerta de Alcalá, Cibeles, el Paseo del Prado, Atocha y la avenida Ciudad de Barcelona hasta llegar a Vallecas, de una manera u otra, e incluso sin ser conscientes de ello, corren detrás de los pasos del propio Jesús Hurtado, inmejorable embajador vitalicio de una carrera que no entiende de fronteras y que parece hecha a imagen y semejanza de su personalidad y su filosofía de vida.

Después de la carrera, cada noche de fin de año, cuando todo acaba, es fácil imaginarse a Jesús Hurtado a sus 95 años recién cumplidos en el salón de su coqueta casa situada en el barrio de Fuencarral, al norte de la ciudad de Madrid. Rodeado de los más de 800 trofeos que convierten su hogar en un auténtico museo del Atletismo Español. Abrazado a sus recuerdos y fotografías mientras que, con su risa habitual y con una personalidad tan única que ni el paso del tiempo ha conseguido cambiar, puede presumir de haber vivido todas las vidas que caben en casi un siglo donde cada día ha sido una aventura, como si se tratara de una Nochevieja infinita.

Jesús Hurtado

Tras las campanadas y la música de la noche, en medio del silencio que trae la mañana del uno de enero, podemos volver a perdernos corriendo entre los pinos y la niebla de la Dehesa de la Villa, abrazados al frío de un nuevo amanecer de invierno y a la emoción de volver a recorrer los mismos caminos en los que el legendario corredor madrileño empezó a inventarse a sí mismo.

Allí, rodeados de los pinares y las colinas que tantos años después apenas han cambiado y que siguen resistiendo los envites del imparable desarrollo urbanístico de la capital, es muy fácil sentir aquello que escribió Caballero Bonald y que Jesús Hurtado no ha dejado nunca de demostrar de una forma tan contagiosa como su risa y sus enormes ganas de vivir: “Quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer. Únicamente soy mi libertad y mis palabras”.  

Jesús Hurtado