Sin aspavientos ni rencores. Cuentas saldadas, emociones bajo control. Da gusto charlar con este navarro de cuerpo y labia poderosos. Comprobar que, dueño de su destino, insultantemente joven, decide renunciar a uno de los pilares de su vida y caminar hacia otro horizonte en el que estimular anhelos y satisfacer curiosidades. Lo que viene a continuación es una mira al pasado y un guiño al porvenir, 12 estaciones en las que detenernos a conocer un poco mejor a Adrián Vallés.
Compromiso
One club men. Hombre de un solo club. La suya es una historia de alta fidelidad, convicciones firmes, palabra dada. Un compromiso incapaz de arrodillarse ante el dinero o la ambición. No hubo más remera que la del Pamplona Atlético. Desde que a los 13 años emprendiese el primer viaje hacia las nubes solo unos colores han cubierto ese corpachón que, ya adulto, alcanzó el 1,93 y los 81 kilos. “Al principio hacía de todo: tenis, fútbol… hasta que decido probar atletismo en el colegio, que era filial del Pamplona Atlético”, recuerda sobre esa época en la que, casi sin darse cuenta, se vio entrenando en Larrabide, testando todas las aristas de nuestro deporte, entregándose a la tan gozosa y recomendable multifuncionalidad. Un poco de longitud, una pizca de altura, algo de velocidad… incluso campo a través. Y como un talento de su calibre no camina ajeno al ojo experto, allí, una tarde cualquiera, alborotada por críos que se empeñan en ser felices disfrazando la pista de patio de recreo, fue detectado por Francisco Javier Hernández: “Conocía a mi hermano mayor, así que supuso que yo también sería alto. Me ve facultades y me anima a probar con la pértiga. Al principio un día a la semana, luego dos… hasta que con 15 años me especializo y desde ahí… ¡toda la vida!”.
América
De juvenil ya se elevaba por encima de 4.80 y un par de universidades yankees timbraron para tratar de incorporarle a sus filas. “Un primo mío, sin relación con el deporte, había estudiado allí”, detalla para indicar que por aquel entonces algo controlaba de lo que se cocía al otro lado del charco. Fue paciente, aguardó la oportunidad y, cuando apareció ante sí el mejor programa académico y deportivo, empaquetó sus cosas poniendo rumbo a Ohio. Universidad de Cincinnati, Ingeniería en Organización Industrial y salto con pértiga. Su película durante cuatro años: “Fui un poco monje. Entrenar y estudiar o entrenar y trabajar. No me quejo, he hecho lo que me gustaba, pero si es cierto que el cambio fue drástico, otro país, otro estilo de vida…”. Incluso otra manera de afrontar la competición, de pelear, de morder, “porque el método de entreno no cambió demasiado pero la competitividad sí. Me integro perfectamente es ese sistema y paso de saltar 5.31 en 2014 (19 años) a 5.65 la temporada siguiente”. Mínima para el Mundial de Pekín y primera incursión en el equipo absoluto de #EspañaAtletismo.
Durante el tiempo que pasó lejos de Pamplona fue seis veces All-American, lo que significa clasificar entre los ocho primeros en la final de la NCAA (National Collegiate Athletic Association), el prestigioso campeonato universitario estadounidense que, a su juicio, “aunque antes, desde los 80, hubo otros atletas que estuvieron allí, popularizó Bruno Hortelano. En mi época nos juntamos una buena generación y Nico Quijera y yo estuvimos cerca del título, fuimos segundos, una de esas espinitas que me ha dejado el atletismo… Me hubiera hecho ilusión. Menos mal que poco después llegaron las victorias de Carmela Cardama y Mario García Romo (los únicos hasta la fecha en conseguirlo). No sé si se valoró en su justa medida la tremenda regularidad que requiere estar en lo alto año tras año en una competición tan exigente”.
Equipo
#EspañaAtletismo. Salir al estadio de rojo. Saber que eres uno de los tres mejores de tu país. Se sueña con ese momento desde la primera zancada, el primer salto, el primer lanzamiento: “Siempre que vas con la Selección es algo especial, el nivel de motivación aumenta exponencialmente. Cuando eres joven es más una experiencia (acudió a un Mundial Sub20 y tres Europeos, uno sub20 y dos sub23), conocer sitios nuevos, disfrutar con los compañeros… luego, de absoluto, la cosa se pone seria”. Fue seis veces internacional, dos Mundiales, dos Europeos, un Campeonato de Europa por Equipos y un triangular contra Italia y Portugal: “Lo más bonito. Ese era el reto de cada temporada, estar ahí, entrenar todo el año para jugártelo en un día. ¿Sabes lo que te digo? Eso sí lo voy a echar de menos, el momento de vaciarme en la pista, ese subidón de adrenalina; hay pocas cosas en la vida así”.
Trabajo
Durante su último año en Estados Unidos debe tomar una decisión. Deseaba focalizarse en los Juegos Olímpicos de Tokio, pero sin desatender su formación e inminente desembarco en el mundo laboral. Completó un máster en Inteligencia Artificial y, por problemas de visado, era imposible compatibilizar trabajo y entrenamiento. Una cosa o la otra. Así que decidió buscar acomodo en un lugar que facilitase sus intereses: Madrid. “Podía trabajar en Telefónica y entrenar en la Residencia Blume. Lo estuve compaginando hasta hace un año y medio, ahora estoy en el equipo de datos e IA de Decathlon. También he colaborado con la RFEA en un proyecto de sensonorización con atletas, concretamente marchadores; el objetivo es ayudarles a mejorar la técnica”.
Adiós
“Me quedo fuera de los Juegos de Tokio por una plaza”, comenta sin acritud, sin timbre melancólico en la voz, consciente de que costalazos y resurrecciones son inherentes al oficio. “Algo parecido sucedió en Río… así que puse fin a otro ciclo de cuatro años con una sensación amarga”, continua antes de aclarar que “no me agobié más de lo necesario porque me planteaba descubrir otras cosas y, mientras, decido volver a entrenar a un ritmo más tranquilo, decidiendo si deseo realmente afrontar la siguiente olimpiada”. Pero ya no era ayer, sino mañana: “He seguido entrenando pensando que la retirada estaba cerca y así no puede ser. Si estás en el deporte de élite es para darlo todo, a medias no funciona. Pero ha sido un proceso tan gradual que, al día siguiente de oficializar mi retirada no he sentido nada especial, estoy tranquilo internamente y muy agradecido a todo el reconocimiento que he recibido”.
Libertad
“El deporte de alto nivel ya no me motiva tanto pero mi carrera profesional sí”. Resumen sin fisuras de por qué ha enfundado la pértiga aún lejos de la frontera de los 30. Además está el prisma personal. Ejercer de veinteañero al uso. Moverse desprovisto de corsé: “Poder ir de viaje con mis amigos o mi novia, por ejemplo… Antes no tenía tiempo”. No va a dejar de acelerar el pulso, el club de los ex que abandonan el dorsal para abrazarse al dolce far niente y cultivar el fofisanismo no contará con Adrián entre sus huestes. De hecho está entregadísimo a esa versatilidad que le acompañó en sus tiempos mozos: “Justo cuando acabe de hablar contigo he quedado a correr con mi novia. Fíjate, ¡correr, yo! No es que sea lo que más me apasionara pero ahora lo disfruto. Voy al gimnasio, monto en bici, subo al monte… E incluso mato el gusanillo competitivo con el golf. Estoy enganchado, me atrae esa mezcla entre habilidad y control mental que requiere”. Lo que tampoco piensa dejar de hacer es ver atletismo: “Toda mi vida me he tragado hasta la última de las rondas previas de los grandes campeonatos y así va a seguir siendo. Además, cuando me pille a mano, iré a la pista a verlo en directo”.
Entrenadores
Por orden cronológico Adrián recibió la sabiduría de Francisco Javier Hernández, Sam Kranz y Román Martín Zoilo. Al primero le considera su “padre deportivo, el que me enseñó a saber competir; me inculcó que el día de la competición es cuando realmente tienes que dar todo lo que tienes”. Del técnico que guió sus pasos durante el exitoso periplo por la NCAA recuerda que “a mí realmente me fichó otro entrenador, pero cuando llegué se tuvo que ir por un problema familiar. Entonces vino Sam, alguien de quien no tenía ninguna referencia. Pero todo fue perfecto. Es una persona joven, nos hicimos amigos rápidamente, se establece una buena conexión que me permite saltar más alto que nunca”. De su preparador en Madrid destaca “el compromiso, el tremendo esfuerzo que hizo por mí. Lo ha dado todo para tratar de que mejorase mi marca”.
5.70
En 2017 había intentado flanquear los 5.70 “por lo menos 30 veces. No sé si 30, pero veinte seguro”. Se encontraba fuerte, ágil, dispuesto. Tanto que cuando acabó la temporada de la NCAA logrando el segundo puesto (“salté 5.55 en un día lluvioso”) sintió una voracidad que necesitaba saciarse imperiosamente. Coge un avión. Llega a Zaragoza y… “hago tres nulos. Pero sé que estoy en forma, confío en mí”. Así que nuevo billete para acercarse a Landau (Alemania). Y más contratiempos: “Casi no llegan las pértigas desde el aeropuerto de Bilbao”. El día del mitin, 26 de junio, no recuerda sentir mariposas en el estómago ni firmar un calentamiento antológico. Se encuentra bien, sin más. Hace intentos cristalinos sobre 5.20 y 5.30. Ofrece algo de resistencia el 5.50, pero a la segunda lo liquida. “Me quedo solo con Pawel Wojciechowski, el campeón mundial de 2011, y decido hacer la transición a una pértiga más dura atacando directamente el 5.70. No quería gastar fuerzas y mi objetivo principal no era ganar el mitin sino hacer marca. Tenía 22 años, dos antes había saltado 5.65 y deseaba ir más lejos, romper esa barrera, quitármela de la cabeza. Además era mínima para el Mundial de Londres (donde por un puesto no entraría en la final)”, detalla sobre aquel envite en el que finalmente atesoró los dos laureles: triunfo en el Landauer y personal best. Se sintió pleno, liberado, feliz: “Como las dos veces que he fui medallista en el Europeo Sub23 (2015 y 2017)… ¡Como si estuviera flotando en el aire!”.
Realista
“Después de lograr mi marca personal siendo tan joven, lógicamente esperaba saltar más”, se arranca antes de adentrarse en el siempre agradecido terreno de la sinceridad: “Pero al mismo tiempo pensaba que no mucho más”. Llegó el estancamiento, se cerraron los postigos del olimpismo (astilla que escuece sin llegar a doler), pero la valoración no puede ser más que satisfactoria: “No he padecido lesiones graves, tengo dos medallas internacionales sub23, fui a Mundiales y Europeos, gané cuatro campeonatos nacionales absolutos y ocho en categorías inferiores… Estoy contento. No nos engañemos; no tenía potencial para ser medallista olímpico”.
Pértiga
“Es mitad atletismo, mitad circo: una disciplina diferente”. Así define el evento que le cautivó, al que se rindió sin ofrecer resistencia alguna, siquiera negociar. Además de técnica, fuerza, velocidad, coordinación, agilidad… “tiene un componente de riesgo. Eso es lo que la hace tan atractiva y la causa de que haya verdaderos portentos físicos que se queden estancados y les cueste subir a pértigas más duras, las necesarias para saltar más”. También, a su juicio, es la que más diversión ofrece porque “los entrenos son variados. Hacemos pesas, gimnasia, saltos, velocidad… La parte fea es tener que viajar con las pértigas: ¡Menudo dolor de cabeza!”.
Miedo
Dice, y le creemos, no haberlo experimentado nunca, “y eso que he caído fuera de la colchoneta y me he roto el codo”. Pero respeto, sí, sobre todo “tras romper una pértiga hace año y medio. Te pones a pensar que estás a seis metros de altura y puedes caer sobre un cajetín de acero. Pero cuando competía lo último que me venía a la mente es que podía pasar algo malo: solo quería saltar lo más alto posible y ganar”.
Valores
Sostiene Adrián que los atletas, en la mayoría de las ocasiones, no son conscientes del estilo de vida tan disciplinado que regentan. Le damos la razón: el más díscolo de ellos sería un general prusiano en la vida… llamémosla ordinaria. “Esa disciplina, el trabajo en equipo -parece un deporte individual pero no lo es-, esfuerzo… somos unos privilegiados porque podemos aplicar al 100% esos valores en el mundo laboral y las relaciones personales. Los tenemos interiorizados desde niños, son casi innatos. Lo que aprendí de haberme quedado tan cerca de ir a dos Juegos Olímpicos fue a levantarme: piensas que es el fin del mundo pero acabas pasando página”.