23 de agosto de 1999, último Mundial del siglo XX en Sevilla, las ranas con cantimplora, y una española determinada a hacer historia… ¡Y vaya si lo consiguió! Baste decir que el registro que logró le convertiría en gran favorita a medalla en Budapest cuarto de siglo después, aunque también se podría argumentar que su récord nacional permanece imperturbable a pesar de contar con la mejor generación de saltadoras de nuestra historia.
El año que viene se cumplirán las bodas de plata del histórico título mundial de Niurka Montalvo, pero el inevitable paso del tiempo no parece haber hecho mella en su capacidad para recordar tamaña gesta: “Después de 24 años recuerdo todo como una película, las caras, las imágenes, incluso recuerdo la emoción de ese momento”. Le pedimos que enumere las veces que ha visto el salto ganador de 7.06 m, pero faltarían dedos en un estadio abarrotado para contarlas: “Mi salto lo he visto muuuchas veces (risas), incluso más de las que lo he visto por mi cuenta porque los chavales a los que entreno lo buscan a menudo por Internet y me lo enseñan”.
Aquella tórrida tarde de agosto en La Cartuja Niurka actuaba como local. ¿Notó más la presión que ello conlleva o la ventaja de tener a todo el graderío rendido a su favor? “La presión de competir en casa se nota bastante, pero hay que saber gestionarla bien para convertirla en una ventaja. El público es un elemento importante en la competición y si está a tu favor te lleva en volandas; creo que los aficionados me ayudaron mucho a que siguiera hasta el final intentando el salto ganador”.
El concurso de longitud del Mundial hispalense presentaba un nivel más que sobresaliente, con un buen puñado de especialistas acreditadas con más de 7.00 m y dos nombres propios que destacaban especialmente junto al de Niurka Montalvo: la estadounidense Marion Jones, que se había proclamado flamante campeona del mundo de 100 m el día anterior con unos espectaculares 10.70 y que la temporada anterior había impresionado con dos saltos de 7.31 m, y la italiana Fiona May, la misma que en el Mundial de Goteborg, cuatro años atrás, había relegado a Niurka al segundo puesto en lo que fue el inicio de una batalla deportiva digna de ser llevada al celuloide.
“La final era muy exigente, había siete finalistas que habían saltado alguna vez más de siete metros. A quien temía más era a Marion Jones porque ese año llegaba con 7.01 m pero la temporada anterior había pasado de 7.00 m en siete de las 11 competiciones que había hecho, y en cuanto pillara un salto largo iba a ser complicado batirla, aunque Fiona May era muy muy competitiva, así que ambas eran huesos duros de roer”, recuerda la plusmarquista española.
Tras una clasificación sin sobresaltos (6.78 m), Niurka empezó la final con muy buen pie, cortesía de sendos saltos de 6.80 y 6.77 m: “Fue un gran alivio iniciar así el concurso, porque a partir de ahí ya puedes pensar en arriesgar y no estás pendiente de asegurarte el paso a la mejora”.
A continuación, el pasillo de longitud fue mudo testigo de un nulo, unos potentes 6.88 m en la cuarta ronda y otro nulo en el penúltimo asalto, todo ello bajo la atenta mirada de su mentor, Rafa Blanquer. “Yo estaba muy concentrada y Rafa por supuesto que me daba indicaciones técnicas, pero sobre todo me tranquilizaba porque el público, sin querer, me iba acelerando, y él me transmitía calma para poder hacer las cosas correctamente y no ir desbocada hacia la tabla para así poder ejecutar bien ese salto que sabíamos que podía salir. El público es un extra, pero si no lo gestionas bien puede jugar en tu contra”, señala.
Al iniciarse la ronda postrera, May lideraba con 6.94 m por los 6.88 m de Niurka, que se había conjurado para no repetir la plata de 1995: “Era la última oportunidad y había que arriesgar, era a todo o nada, afortunadamente arriesgué y salió bien”. En ese brinco que le reportó el ansiado oro, Niurka ajustó al límite su talonamiento, hasta el punto de que la delegación italiana presentó una reclamación al considerar que el intento había sido nulo: “La verdad es que no me enteré de la polémica hasta que llegué a la zona mixta y los periodistas me preguntaron por las protestas de los italianos. Yo, al ver que el juez levantaba la bandera blanca, di el salto por bueno y no me planteé nada más; luego vimos las dos el salto repetido y ella se dio perfecta cuenta de que el salto era válido, pero seguía en su papel de víctima vendiendo la idea de que le habían quitado el título y robado la medalla de oro”.
En todo caso, después de ese 7.06 m (-0.1 m/s) que aupaba a Niurka al liderato, aún disponía la transalpina de un último salto para recuperar el cetro, sin olvidar que el día anterior en la clasificación había aterrizado a 7.02 m sin despeinarse: “Me atreví a ver su último salto, casi sin respiración (risas), y hasta que no midieron el salto (6.87 m) no respiré, y ahí empezó la euforia”.
Acerca de su relación con May, comenta: “Es cierto que tuvimos una gran rivalidad. Yo no tenía ningún problema con ella, pero a ella no le gustaba nada perder y no era yo la única atleta con la que se enfadaba cuando perdía. Fiona May era muy competitiva, tenía mucho carácter y muy mal perder”.
Casi cinco lustros después, Niurka desvela qué felicitación de las muchas que sin duda recibió en los días posteriores a su título mundial le hizo más ilusión y, spoiler, no fue la de ningún mandatario ni la de ningún deportista de vanguardia: “Sin duda, la felicitación que más me gustó fue la de mi madre, que estaba en Cuba y hacía dos años que no la veía. Cuando me conectaron con ella me emocioné mucho y se me saltaron las lágrimas”.
Apenas cuatro meses antes de ese Mundial de 1999 Niurka aún no había recibido la nacionalidad española, pero esa circunstancia nunca alteró su hoja de ruta: “La verdad es que no me llegué a poner nerviosa ni a preocuparme por eso y no estuve especialmente pendiente de ese tema. Yo estaba concentrada en lo mío, entrenar y competir, y estaba segura de que las cosas iban a salir bien, no había razón para pensar lo contrario”.
En Sevilla se alinearon los astros para que aconteciera un hito sin precedentes en la historia de nuestro atletismo, la presencia en los respectivos podios del salto de longitud de sendos españoles. Ya habrán advertido que la ilustre pareja de Niurka en compartir ese honor fue el añorado Yago Lamela, a quien recuerda así: “Con mucho cariño, compartí con él bastantes viajes y competiciones. Creo que no llevaba bien lo de ser famoso, pero la gente, los niños, se volvían locos cuando veían a Yago, tenía una personalidad que no pasaba inadvertida”.
Para los amantes de la estadística, hay que mencionar que nuestra protagonista voló por vez primera más allá de los siete metros en la altitud de Monachil apenas 13 días antes de su oro mundialista, alcanzando los 7.03 m, lo que supuso sin duda un enorme chute de autoafirmación antes de la gran cita universal: “Aunque fuera en altitud, esa marca me dio la confianza y la seguridad para pensar que, saltaran lo que saltaran las demás, iba a estar en disposición de luchar por una medalla”.
Dos años después Niurka defendía en Edmonton su condición de campeona del mundo, pero no fue esa temporada un camino de rosas para ella: “Empecé muy bien ese 2001 con la medalla de bronce en el Mundial en Pista Cubierta de Lisboa, donde por cierto desplacé del podio a May por un centímetro en el último salto (risas), pero después tuve problemas físicos, una lesión de pelvis, y me empecé a preocupar porque quedaban solo tres semanas para Edmonton y no podía ni siquiera acelerar. Al final pude recuperarme y una vez que estás en la pista ya te olvidas de los problemas que has tenido y vas a por todas”.
En la urbe canadiense, May se tomó la revancha de Sevilla venciendo con 7.02 m, mientras la rusa Kotova se hacía acreedora a la plata con 7.01 m y Niurka aseguraba con 6.88 m un bronce que le supo a gloria: “Después de los contratiempos que tuve en la preparación me fui de Edmonton muy satisfecha con esa medalla de bronce”. Si bien esa presea podría haber tenido otro color si hubiera conseguido limar un detalle técnico que, en más de una ocasión, le hacía perder valiosos centímetros en la medición del salto: “Con mucha frecuencia dejaba el codo atrás en la caída; lo intenté corregir, pero realmente me conformaba con dejarlo lo menos atrás posible, y en el salto de 6.88 dejé la mano atrás”.
En todo caso, ese bronce cerró la trilogía de medallas que cosechó Niurka, adicionándolo al oro sevillano y a la plata que abrazó en Goteborg 95, cuando aún competía representando a Cuba, por lo que su balance es positivo con un pero: “Después de repasar mi trayectoria, no me quejo, aunque siempre me quedó la espinita de no haber podido competir en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, cuando me encontraba muy bien tanto física como mentalmente, al ser vetada por la Federación Cubana. Esa incógnita siempre la tendré, pero no me quejo”.