“No hay arte sin tensión ni belleza sin equilibrio.
La arquitectura es un trozo de aire humanizado”.
Miguel Fisac
Una gran ciudad, un estadio de atletismo y esa interminable mezcla entre tradición y modernidad que nunca muere, sólo renace. Inmersos en un mundo de cambios continuos en el que nada permanece y todo se diluye rápidamente en las pantallas de nuestros móviles a la velocidad de un parpadeo, algunos viejos lugares continúan peleando por ser protagonistas. Pero, por suerte, todavía siguen ganando y aún representan esos símbolos a los que conseguimos agarrarnos en busca de nuestra propia identidad.
No en vano, lejos de las prisas que lo inundan todo, hoy en día continuamos empeñados en recuperar del fuego a las viejas catedrales que nos siguen hablando de lo que fuimos y lo que somos. Y en el mundo del atletismo siempre habrá pequeños lugares sagrados a los que nos continuaremos aferrando para seguir escribiendo nuestra propia historia.
En este sentido, al más puro estilo de las placas conmemorativas de World Athletics que reconocen el patrimonio universal del atletismo mundial, podríamos citar un buen ramillete de pequeños grandes estadios de atletismo que nunca han sido ni serán sede de unos Juegos Olímpicos, pero que siempre serán las auténticas catedrales de nuestro deporte, donde en cada esquina se respira el atletismo más puro, como el viejo Iffley Road de Oxford, el Bislett Stadion de Oslo, el estadio Paavo Nurmi de la ciudad finlandesa de Turku, el Letzigrund Stadium de Zúrich, el estadio Rey Balduino de Bruselas, el lujoso estadio Luis II de Mónaco, la renovada pista de Parliament Hill en Londres, el Mösle Stadium de la localidad austriaca de Götzis, el stade Pierre Paul Bernand de Talence en Francia e incluso, a mayor escala, los prestigiosos estadios universitarios estadounidenses de Hayward Field en Oregon o el Franklin Field de Philadelphia, por citar algunos ejemplos.
Sin duda, dentro de esa categoría de pequeños estadios en los que la historia se mezcla con el futuro y el presente del día a día, podemos encuadrar también al renovado y moderno Vallehermoso que se sitúa en pleno centro de la ciudad de Madrid y que, como todos ellos, se caracteriza por ser un lugar atlético único formado por una combinación de factores deportivos, sentimentales, históricos y arquitectónicos.
A medio camino entre los valores deportivos y sentimentales, el concepto de ir a Vallehermoso siempre ha sido una expresión más del castizo vocabulario madrileño. Por un lado, como el reflejo más fiel del atletismo de base de la capital española, santo y seña para todas las generaciones de madrileños que desde los años sesenta han tenido allí su principal lugar de competiciones y entrenamientos, ya fuera como parte de sus escuelas o clubes de atletismo e incluso de sus colegios. Por otro lado, como el reflejo de acudir como espectadores a las principales competiciones atléticas que se han disputado en Madrid y donde las gradas han sido testigos del paso por la ciudad de muchos de los mejores atletas de todos los tiempos, de forma que, igual que los más mayores un día contaron a sus hijos lo que supuso ver allí los Juegos Iberoamericanos de 1962 y a toda aquella generación de México 68 que abrió las puertas del futuro con el paso al tartán, los que fueron niños en los años ochenta hoy siguen contando a sus hijos cómo fueron allí de la mano de sus padres para ver a atletas como Edwin Moses, Carl Lewis, Sebastian Coe, Said Aouita o Alberto Juantorena y los que hoy todavía son niños un día contarán a sus hijos cómo fue el renacer del estadio o cómo vivieron en directo el Campeonato de Europa de Naciones que se disputará el próximo mes de junio.
Desde el punto de vista histórico, pocos estadios pueden ilustrar mejor la historia moderna del atletismo español que comenzó con aquellos Juegos Iberoamericanos de 1962 que supusieron la primera gran competición internacional disputada en España, especialmente con la presencia de mujeres después de tantos años obligadas a permanecer fuera de los focos, y que terminó cristalizando con el amor por el atletismo durante los míticos años ochenta.
De hecho, igual que millones de argentinos mantienen que estuvieron presentes en el debut de Diego Armando Maradona en primera división con la camiseta de Argentinos Juniors, si contáramos toda la gente que dice que estuvo en la vieja grada de Vallehermoso el día que Edwin Moses perdió su imbatibilidad de más de 10 años en los 400 metros vallas frente a Danny Harris, podríamos llenar varios estadios olímpicos.
E incluso desde el punto de vista arquitectónico, después de una década convertido en un socavón, porque hasta para eso ha sido un símbolo, el nuevo estadio de Vallehermoso se levanta hoy como un oasis en medio de la gran ciudad, tal y como lo define el Estudio Cano Lasso que dirigió el proyecto de su remodelación con la pista verde a imagen y semejanza de la naturaleza que rodeaba el concepto de estadio de la antigua Grecia donde tuvo su origen o de la Gran Bretaña en la que siglos después se desarrolló la idea moderna del atletismo moderno: “El plano del suelo se adecua, se labra y se modifica para obtener el cráter vacío en el que se extiende la pista y debajo de él se sitúan los servicios propios (vestuarios, oficinas, aseos, almacenes o aparcamiento) que, gracias a la diferencia de cota de las calles que forman su perímetro, tienen entrada de luz y ventilación directa. Sobre el plano labrado del terreno se levanta el ligero velo de la cubierta que se enlaza con la recta cubierta de entrenamiento, un cuerpo sobreelevado del suelo que acompaña y abraza al estadio en su lado de poniente. Y en el resto de las orientaciones se envuelve al estadio con vegetación, arbustos y arbolado, hasta construir una isla verde en la trama urbana de Madrid”.
Muy pronto, el próximo mes de junio, las grandes competiciones atléticas internacionales regresarán al viejo estadio de Vallehermoso con la antigua Copa de Europa y entonces volveremos a preguntarnos por las razones que hacen a estos lugares tan especiales y que los convierten en auténticos templos sagrados del deporte olímpico por excelencia.
Como respuesta, tan sólo tendremos que imaginarnos la sensación de cualquier atleta que accede al estadio a través del túnel donde un mural recuerda los nombres de todas las leyendas que un día hicieron historia en este lugar. Tan solo tendremos que entrenar un día dentro del estadio o sentarnos bajo el velo blanco que cubre la grada principal mientras el sol cae por poniente regalando uno de esos atardeceres tan velazqueños que convierten a la luz de Madrid en un lugar maravilloso. Y tan sólo tendremos que sentir que la verdadera arquitectura, igual que el deporte y la cultura, al final es sólo esa alianza entre los espacios, el aire y las acciones humanas que se desarrollan en su interior, ya sea una catedral religiosa o una catedral deportiva, con toda su belleza.