En busca de las razones por las que el relevo español de 4x100 marcó una época histórica entre los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y Montreal 1976, el velocista Luis Sarria (Larache, Marruecos, 1949) describe a la perfección algunos de los aspectos técnicos que llevaron a aquel equipo a codearse con los mejores velocistas del mundo: “Con Manuel Pascua Piqueras como director técnico, implantamos un relevo diferente al resto. Por una parte, entregábamos de abajo a arriba, cuando todo el mundo lo hacía de arriba a abajo, y además contábamos apoyos. Es decir, en lugar de cambiar al clásico grito de ya, Pascua tenía calculados los pasos que tardábamos en ponernos a máxima velocidad y el corredor que iba a recibir el testigo iba contando los apoyos para hacer la transición en ese momento. Entregábamos al final de la zona, en lugar de hacerlo al principio como el resto, y cuando lo hacíamos estábamos al 100%, mientras que el resto lo hacía al 70%. Por eso en Múnich íbamos por delante de los americanos, pero se nos cayó el palito… Me moriré y seguirán recordando aquella carrera, porque siempre quedará la cosa de qué hubiéramos hecho en la final”.
Tanto que, en busca de una de las imágenes que representan a la perfección a aquel histórico equipo, recordamos a Miguel Ángel Arnau Vedri (Castellón, 1957) esperando el último relevo en la calle uno del estadio olímpico de Roma durante la final del Campeonato de Europa de 1974: “Yo era el encargado de correr la última posta. A mi lado estaba Valeri Borzov, campeón olímpico de 100 y 200 metros en Múnich 1972. Un poco más allá estaba un tal Pietro Mennea. Y yo, que era el segundo atleta más joven de todo el campeonato, sólo superado por tres meses por el finlandés Jaakko Kemola, estaba allí esperando a que llegaran mis compañeros a toda velocidad. Pero la cosa fue bastante bien y conseguimos que el relevo no se parara y que corriera más que nosotros. Hicimos unos cambios muy buenos”.
En aquella final, el equipo español terminó en sexta posición con una gran marca de 39.87 que supuso un nuevo récord de España con cronometraje eléctrico y que fue el mejor resultado del equipo español en aquel europeo, por delante incluso del séptimo y octavo puesto logrado por Carmen Valero y Mariano Haro, respectivamente. Y lo hizo con un equipo formado por José Luis Sánchez Paraíso, Luis Sarria, Juan Jesús Sarrasqueta y Miguel Ángel Arnau Vedri, con Javier Martínez como reserva, con Carlos Gil como preparador y con la ausencia de algunos históricos de aquel equipo como Manuel Carballo, Francisco García López o Pedro Carda, sancionados durante tres años por exigir mejores condiciones para la preparación de la Universiada de 1973 y que fueron conocidos como los nueve del Don Quijote.
En Roma, en primer lugar, el equipo español consiguió acabar cuarto en la primera eliminatoria con una marca de 40.01 que a la postre le daría el paso a la final por tiempos. Y después, en la gran final, tal y como describen las crónicas del momento, Paraíso salió muy bien y consiguió sostener la carrera sin mucha desventaja ante rivales muy poderosos como Guerini, Kokot o Kynos. Tras una entrega muy ajustada, Sarria corrió la recta a la perfección. Después de un nuevo cambio casi al límite, Sarrasqueta corrió una curva espléndida para entregar el testigo a Arnáu antes que Bombach a Schenke y al mismo tiempo que Silov a Borzov y Benedetti a Mennea. Y finalmente, con una recta épica, el jovencísimo Arnau consiguió mantener el tipo para entrar en sexto lugar detrás de los mejores corredores del mundo y venciendo a los antiguos checoslovacos que defendían en ese momento su corona europea lograda tres años antes en Helsinki 1971.
Cincuenta años después, Luis Sarria y Miguel Ángel Arnau ríen: “¿De verdad que no te acuerdas que fuimos finalistas?”.
Tal y como describen ellos mismos, quizás las razones por las que Sarria parece haber olvidado aquel momento colectivo residan más en sus propias razones personales, ya que llegó a Roma en plena forma y como uno de los mejores velocistas europeos del momento, pero se quedó eliminado a las primeras de cambio y sin una medalla para la que hasta llegó a figurar en las quinielas después de regresar a la pistas tras un año de ausencia logrando los récord de España de 100 (10.3) y 200 metros (20.6) en el campeonato nacional disputado en Vallehermoso, donde además consiguió una marca estratosférica de 20.3 que no pudo ser validada por exceso de viento.
Alrededor de su figura y del recuerdo de Sánchez Paraíso, auténtica referencia del relevo corto español con 21 récords nacionales de la especialidad y qué ejercía de tutor con los corredores más jóvenes, como el propio Arnau a quien enseñó la técnica de la prueba y la necesidad de calmar los nervios antes de cada entrega, Sarria y Arnau Vedri recuerdan lo acontecido aquellos días en el europeo de Roma del que ahora se celebran 50 años regresando al mismo estadio olímpico.
Recuerdos en los que se entremezclan los entrenamientos a lo largo de todo el año en Salamanca y la concentración previa en Ginebra junto a Sarrasqueta, Javier Martínez y el propio Sánchez Paraíso. El privilegio de competir en el precioso estadio de Roma. La sensación inigualable de estar en el estadio de mármol del Foro Itálico entrenando y calentando con los atletas del resto de los países rodeados de estatuas. Las instalaciones en las que se alojaron todos los equipos durante el Campeonato y que estaban situadas en la otra punta de Roma, lo que hacía que cada mañana los autobuses que les llevaban al estadio olímpico fueran saltándose semáforos y atravesando a la fuerza el caos circulatorio de la capital romana escoltados por policías en moto como si fueran estrellas mundiales. La preciosa anécdota de la mañana en la que estaban esperando en la cola para entrar a desayunar y sin decir nada todos empezaron a aplaudir en cuanto llegó la legendaria velocista polaca Irena Szewinska. La maravillosa convivencia que siempre caracterizaba al equipo español y el cachondeo que se escondía detrás de los secretos que guardarán para siempre sus habitaciones. El enorme bigote que se dejó Sarria en Múnich 1972 para seguir el ejemplo de Mark Spitz y que Juan Lloveras y el resto de miembros del equipo español le afeitaron a la fuerza por perder la apuesta a que ganaba una medalla en aquel campeonato. E incluso el recuerdo del Ford Capri con el que Carlos Gil viajó a Roma desde España y que allí, Sánchez Paraíso cogió algunas tardes y con el que algunos de ellos se fueron a una pequeña feria que descubrieron alrededor de la residencia en la que se alojaban a montar en los coches de choque y a vivir las típicas escenas repletas de luces de neón y sonidos de claxon con sus homónimos italianos.
“¿Por qué nos gusta tanto el relevo?”, parecen preguntarse Sarria y Vedri entre risas mientras recuerdan aquellas concentraciones que tanto les unieron a todos ellos y aquel europeo de Roma 1974 que llegó a medio camino entre las citas olímpicas de Múnich 1972 y Montreal 1976 con los míticos enfrentamientos con los velocistas estadounidenses, sin nada que envidiarles.
“El 200 también me ha gustado mucho siempre, pero el relevo es una prueba muy especial que la hace diferente y más si, como en mi caso, eres el último relevista, con todas las connotaciones que eso supone y que te permite vivir esos instantes en los que ves cómo se acercan tus compañeros a toda velocidad – explica Miguel Ángel Arnau Vedri -. En primer lugar, es una prueba tan especial porque requiere una confianza absoluta entre todos los integrantes del equipo. En segundo lugar, si todo sale bien y es tan automático como deber ser, porque no tienes tiempo para pararte a pensar, es fantástico ver que el relevo no se detiene y corre más que los componentes del equipo. En tercer lugar, es un equilibrio perfecto entre la adrenalina que tienes que sentir en ese momento y la tranquilidad con la que tienes que actuar: un instante único en el que sólo existe tu calle y el compañero que viene disparado hacia ti. Y, en cuarto lugar, porque se trata de un enorme trabajo en equipo, tanto como para que esté todo muy afinado y se pueda lograr una gran marca como, sobre todo, porque gracias a ese trabajo en equipo se puede conseguir que el relevo corra más que los propios corredores y ganar a otro equipo en el que individualmente todos sean más rápidos, lo cual es algo muy bonito”.
“Además – finaliza Luis Sarria -, todo eso en una época tan diferente y tan bonita como la que nos tocó vivir, en la que todos éramos como una gran familia y donde el atletismo y los entrenamientos eran un divertimento, una forma de gozar después del trabajo o de nuestras ocupaciones en un marco en el que el deporte era mucho más amateur y donde el verdadero premio para nosotros era viajar, disfrutar con los amigos e intentar llevar el testigo lo más rápido posible”.
En definitiva, un elogio del relevo y de la vida que nos recuerda que entre el Campeonato de Europa de Roma 1974 y el de 2024 han pasado ya cincuenta años y que la mejor manera de celebrarlo será regresar una vez más al fantástico estadio olímpico romano en busca de aquella calle uno en la que nuestro equipo comenzó a soñar con ir a toda velocidad.
De izquierda a derecha: Sánchez-Paraíso, Sarría, Reverter y Arnau