José Antonio Carrillo y Cieza, el tótem de la marcha española

Forjador de grandes campeones mundiales y europeos
Lunes, 6 de Noviembre de 2023
Miguel Calvo
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José Antonio Carrillo y su pupilo Álvaro Martín en Budapest
RFEA/Miguelez Team

Con su imponente figura presidiendo el paisaje, resulta muy fácil comprender por qué la montaña de la Atalaya es una parte más del alma de Cieza, como un tótem que rige el día a día de sus vecinos. Tanto que, igual que le ocurre siempre que regresa a casa después de un viaje, José Antonio Carrillo (Cieza, 1956) no puede evitar emocionarse al contemplar desde la autovía la figura de la montaña sobre su pueblo al volver de pasar unos días en Atenas y en la antigua ciudad de Olimpia, donde acaba de recibir el premio de mejor entrenador del año que otorga la prestigiosa SCS Strength & Conditioning Society. junto a su amigo Jacinto Garzón.

Y es que, para entender la forma de ver la vida de Carillo y el hecho de que se haya convertido en una figura clave dentro de la historia del atletismo y la marcha española, todo pasa por Cieza, a medio camino entre la mole montañosa donde perviven las ruinas de la ciudad musulmana de Medina Siyasa y los extensos valles del río Segura, siempre dentro de una primavera infinita.

Carrillo con Álvaro y Miguel Ángel y en Grecia 2023

Mi Cieza no me la puede quitar nadie – explica el ya legendario entrenador, comenzando a desvelar algunos de los secretos con los que lleva décadas situando este pequeño rincón de la región de Murcia en el epicentro de la marcha mundial –. Aquí el invierno son dos días, sobre todo para los árboles frutales como los melocotoneros, que son los que más sufren cuando bajan las temperaturas, pero el resto del año vivimos en primavera, lo cual es una bendición para nuestra especialidad y con la única salvedad de los meses de calor que llegan a partir de mayo, cuando tenemos que emigrar a las alturas de Sierra Nevada o Font Romeu. Cieza es un paraíso para entrenar, con todas las carreteras y caminos que puedas imaginar y con la facilidad de tener al lado la montaña, como nos ocurre ahora mismo con Álvaro Martín, que vive a 300 metros de todos los circuitos en los que trabaja cada día. Al mismo tiempo tenemos la pista de atletismo y el centro de tecnificación de marcha o el gimnasio que tuve la suerte de poder diseñar a mi capricho, con todos los elementos que podemos necesitar, como tapices rodantes y el resto de la tecnología más avanzada que no encuentras en cualquier otro lugar, además con la comodidad de poder disponer de ello como quieras y cuando quieras”.

Carrillo entrenando en Cieza con Miguel Ángel López

A su alrededor, testigos mudos de todo ello, la mítica carretera junto a la orilla del río Segura, donde han escrito en silencio su relato muchos de los mejores marchadores de la historia de nuestro deporte, y el resto de caminos que se extienden desde Cieza hasta Hellín y el Valle de Ricote, convertidos desde hace décadas en uno de los principales lugares de peregrinación del atletismo español y que hoy siguen siendo patrimonio inmaterial de todos los ciezanos, tan aficionados al deporte, y del fantástico grupo de entrenamiento del entrenador murciano, encabezado por los campeones del mundo Álvaro Martín y Miguel Ángel López.

En busca de los orígenes del propio Carrillo, regresamos a su infancia cerca de una huerta. A aquel niño de 12 años que vivía en la calle Fortaleza, junto a uno de los lugares más emblemáticos de Cieza como es el Muro, desde donde veía cada día el río Segura y comenzaba a soñar con correr por aquellos parajes. A aquel joven que llegó a correr en el Campeonato de España Universitario de Cross y a terminar el Maratón de Madrid en 2 horas y 42 minutos. Y, sobre todo, a aquel entrenador puramente vocacional y de pueblo, como a él le gusta etiquetarse, que enseguida sintió el gusanillo de entrenar y que, de la mano de su amigo José Belmonte, poco a poco fue formando a su alrededor un pequeño grupo de atletas.

“A finales de los años setenta comenzamos a pensar en crear un club de atletismo y en 1981, con Fernando Valenzuela como primer presidente, fundamos el club Athleo con el objetivo de promocionar nuestro deporte y crear una sociedad más sana y responsable”, relata el propio Carrillo, orgulloso del enorme tejido deportivo que se ha creado en Cieza desde aquellos primeros años ochenta en los que nació el boom de los maratones populares hasta los más de 45 clubes deportivos actuales.

Comenzamos a entrenar junto al río de una forma muy artesanal, casi sin medios – continúa Carrillo –. Construíamos nuestras propias vallas con las cañas que cogíamos del río, lanzábamos jabalina con el palo de una fregona en uno de cuyos extremos poníamos un cuchillo, utilizábamos piedras para lanzar peso, saltábamos longitud en los bancales hasta que teníamos que salir corriendo cuando llegaba el dueño, fabricábamos pértiga con unas cañas de bambú e incluso nos hicimos con unos tacos de madera para entrenar velocidad en una carretera que cortábamos con unas piedras para evitar que pasaran coches. Ese mismo año, salí de ver Carros de Fuego pensando por qué Cieza no podía tener un atleta olímpico y desde entonces esta película se convirtió en mi referente, hasta el punto que me sé de memoria todos los diálogos”.

Sin ni siquiera una pista de atletismo, el club fue sumando atletas y a mediados de los años ochenta surgió la posibilidad de formar un equipo para competir, con una de esas casualidades que más bien parecen un guiño del destino: para completar la convocatoria faltaba un atleta, bien en 3000 metros obstáculos o bien en la prueba de marcha, y Fernando Vázquez se ofreció voluntario para cualquiera de ellas. Carrillo descartó enseguida los obstáculos por miedo a que se cayera y, para sorpresa de todos, Vázquez mostró grandes aptitudes marchando.

Hasta ese momento, el entrenador ciezano se había especializado en combinadas y mediofondo. Incluso no sabía prácticamente nada sobre la marcha, cuya asignatura la había aprobado con un cinco en los cursos de entrenador, pero el descubrimiento de la nueva faceta de su atleta hizo que su amigo José Belmonte le invitara a Murcia para enseñarle algunas cuestiones técnicas y el nuevo rumbo de Carrillo giró rápidamente hacia la marcha de una manera muy autodidacta.

Sexto del mundo en categoría junior, Fernando Vázquez compitió después en el Campeonato de Europa de Helsinki 1994 y en el Campeonato del Mundo de Goteborg 1995. Y en 1996, tras ser tercero en la Copa de Europa de A Coruña, selló su participación en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, cumpliendo el sueño de su entrenador de tener un atleta de Cieza en la gran cita olímpica y culminando su fantástico viaje desde las raíces a la élite, siempre con el romanticismo como bandera.

José Antonio Carrillo

Luego llegaría una nómina innumerable de marchadores con nombres como Juan Manuel Molina, Benjamín Sánchez, Amanda Cano, María José Poves, Manuel Bermúdez, Luis Miguel Corchete, Miguel Ángel López, Álvaro Martín o Irene Vázquez e Iván López, entre muchos otros. Sus viajes ya como entrenador oficial de #EspañaAtletismo a los Juegos Olímpicos de Pekín, Londres, Río o Tokio. Un palmarés prácticamente inalcanzable que quedará para la historia. Y, sobre todo, una colección de momentos que son los que mejor pueden definir la categoría de Carrillo como entrenador.

Como aquel en el que viendo el Europeo de Múnich 2002 por la televisión salió corriendo a la calle al no aguantar la presión de tener a Juanma Molina con dos avisos mientras que su mujer se asomó al balcón para gritarle que su chico acababa de ganar la medalla de bronce. O aquel instante en Font Romeu en el que vieron irse a Atenas a Robert Korzeniowski y al resto de los mejores marchadores del mundo para aclimatarse al calor que les esperaba en los Juegos Olímpicos de 2004, mientras que ellos decidieron seguir con el plan establecido de llegar a la capital griega directos para competir. O su revolucionario invento de colocar unas bolsas de hielo bajo la gorra en aquella misma cita. O aquel día de la competición olímpica de Atenas que decidió no ir a la sede del club para ver la prueba por televisión y buscó la soledad de los caminos de la Atalaya, huyendo de todas las personas que veía con una radio encendida, hasta que una patrulla de la policía local le paró junto al puente de hierro del río Segura para decirle casi entre lágrimas que su chico había sido quinto en unos Juegos Olímpicos.

O el emocionantísimo final de Zúrich 2014 que acabó con Miguel Ángel López como campeón de Europa y cuyas imágenes hoy todavía no puede ver sin llorar de la emoción. O aquel título mundial del propio Miguel Ángel en Pekín 2015. O el inolvidable abrazo que se dieron juntos en la línea de meta tras volver a proclamarse campeón de Europa en 2022 y que tanto se emociona al recordarlo. O el histórico doblete de campeón del mundo que acaba de conseguir Álvaro Martín en Budapest este verano y que, junto a María Pérez, es ya una de las páginas más brillantes de la historia del atletismo español.

“Lo que nos consuela a los entrenadores son momentos y al final todas estas situaciones que he tenido la suerte de vivir con mis atletas son las que te reconfortan y te hacen feliz – apunta Carrillo –. Cuando Miguel Ángel se proclamó campeón del mundo en 2015 fue el momento definitivo de dar un golpe en la mesa y demostrar que nada había sido casualidad, que somos muy buenos y que detrás ha habido muchísimo trabajo que ha merecido la pena”.

Carrillo con Lopez y Bermudez

Junto a la siempre permanente presencia de Cieza y su Atalaya en toda su trayectoria, el otro aspecto principal que sirve para comprender la filosofía de Carrillo es su respeto absoluto por la técnica, convertido casi en un esteta de esta especialidad atlética y que es el denominador común de todos sus marchadores.

“Como decíamos antes, yo nunca pensé que me dedicaría a la marcha y, viniendo de las combinadas, al final me he tenido que ir creando a mí mismo de una manera muy autodidacta y siempre sujeto al método de prueba y error”, continúa el entrenador murciano al mismo tiempo que reconoce que, desde los comienzos en los que tuvo la ayuda técnica de José Belmonte y en los que pudo aprender durante una invitación de José Marín al CAR de Sant Cugat, fue sustituyendo la falta de conocimientos iniciales por una dosis mayor de observación y estudio.

“De la misma manera que mi padre era albañil y utilizaba un hilo para marcar las paredes, yo manchaba con yeso las zapatillas de mis atletas y eso me servía para medir la distancia entre sus pisadas. Si veía que la zancada de una pierna era más grande que otra, los sentaba en una silla para hacer extensiones con unos sacos de sal de manera que trabajaran más esa pierna e ir compensando la desviación inicial, hasta que la prueba del yeso me lo confirmaba”, cuenta entre risas Carrillo. Un ejemplo inmejorable de esa mezcla entre el buen ojo del entrenador de raza y la inteligencia del entrenador investigador que poco a poco fue devorando análisis de vídeos y muchísima bibliografía de biomecánica y anatomía para aprender las funciones de los músculos y de la cadera, al mismo tiempo que fue cogiendo lo que le parecía mejor entre todos los ejercicios que iba viendo de las mejores escuelas europeas, como la polaca y la italiana.

“He ido buscando y cogiendo lo que más me gustaba hasta crear mi propia teoría del ABC del marchador, con todo el trabajo, tanto de fuerza como de resistencia, actuando como complemento y dirigidos hacia la técnica – termina de explicar el entrenador murciano –. Para alguien como yo que no proviene del mundo de la marcha, el mayor orgullo es acabar una competición y que un juez me confiese que ante mis atletas se convierte en espectador por unos instantes o que una jueza del nivel de Dolores Rojas diga que a los chicos de la escuela de Carrillo se les reconoce desde lejos. El hecho de que Álvaro se proclamara campeón del mundo en 20 y en 35 kilómetros sin un solo aviso creo que habla por sí mismo tanto del portento que es él en todos los sentidos como del trabajo que hacemos”.

A diez meses de la cita olímpica de París, volvemos a pasear por Cieza de la mano de Carrillo. Nos perdemos junto a sus atletas en la mítica carretera a orillas del río Segura y en los caminos que serpentean bajo la Atalaya. Tal y como recuerda él mismo con el ejemplo de la mala experiencia que vivieron en el Mundial de Doha por cambiar su manera de entender el entrenamiento, recordamos la importancia de seguir siendo fieles a nosotros mismos. A medida que nos sumergimos en la primavera murciana que todavía se resiste a dar paso al invierno, completamos las geografías del célebre entrenador soñando con sus lugares fetiche como Font Romeu o Sierra Nevada y recordando los que un día lo fueron, como la puebla de Don Fadrique o Navacerrada. Oteamos en el horizonte los días de verano que volverán a pillarles en el CAR de Sant Cugat cuando ya todo huela a una nueva batalla inminente. Nos encomendamos al Cristo del Consuelo que siempre acompaña a Carrillo y a quién ofreció una de las dos medallas de campeón del mundo de este año. Y nos despedimos sabiendo que, antes de que todo eso llegue, el entrenador seguirá refugiado con sus atletas en el silencio de sus paisajes de siempre mientras acaricia la piedra que utilizó para picar el hielo en Budapest como si fuera un talismán y mientras prepara el sombrero que le regaló la familia Bermúdez para romperlo cuando uno de sus atletas sea medallista olímpico, igual que Sam Mussabini en la famosa escena de su querida película de Carros de Fuego.

José Antonio Carrillo collage