La labor de promoción que realizó en los años 80 este sabio del deporte olímpico por excelencia resulta de todo punto impagable. No hay oro en el mundo para recompensar su iniciativa, dedicación, pasión y magisterio durante esa década prodigiosa. Baste decir que leyendas como Ruth Beitia o Manolo Martínez disfrutaron de sus dos tipos de enseñanza, la técnica y, la más importante, la escuela de vida en la que convirtió la concentración anual con los zagales. Si no han conocido, lógico, a ningún técnico que haya entrenado al máximo nivel disciplinas tan dispares como el fondo y el martillo, aquí tienen a uno. Disfruten con él.
Lázaro empieza relatándonos cuándo el deporte llamó a su puerta, nada tempranamente, por cierto: "Empecé tarde, tendría 19 años, haciendo gimnasia de recuperación en un gimnasio de Vallecas. Me gustaba muchísimo, pero se cruzó en mi camino José Luis Torres y me dijo que él pensaba que lo mío era la halterofilia, que se me iba a dar muy bien, así que no lo dudé y ya en el primer Campeonato de España al que acudía, en Gijón, quedé campeón de España. Para los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 pedían de mínima 347 kilos y conseguí hacerlos, pero después tuve muy mala suerte y en una cargada me rompí el tendón del aductor mayor, estuve seis meses lesionado y no pude participar en esos Juegos".
Sin embargo, sabio prematuro, Lázaro Linares supo extraer lo positivo de tan amarga experiencia, una enseñanza que ha aplicado durante más de medio siglo con sus innumerables y afortunados atletas: "Ahí me di cuenta de que un atleta lesionado lo pasa muy mal y esa experiencia me sirvió para saber tratar a la gente cuando se lesionaba, y ayudarles a superar esas situaciones, que son muy difíciles". Aquella ausencia olímpica supuso un punto de inflexión para Lázaro, que decidió ejercer desde el atril: "Me di cuenta de que prefería dedicarme a enseñar y dejé mi carrera deportiva. Hice el curso de halterofilia, también el de gimnasia deportiva, aunque no me llenaba, y cuando hice los cursos de entrenador con Juan Bautista Mova me di cuenta de que eso era lo que más me gustaba. Entonces no existía el INEF, pero cuando lo abrieron, en 1966, me convalidaron esos tres títulos y con un reciclaje que realicé obtuve el título de profesor de Educación Física".
Fue entonces cuando Linares inició su carrera como entrenador, que no tardó en llamar la atención a los responsables de la Real Federación Española de Atletismo de la época. "Me llamó Rafael Cavero (presidente entre 1963 y 1975) y le dije que el tiempo que tuviera después de trabajar en el Colegio Tajamar y de entrenar a mis atletas en El Bosque de la Casa de Campo se lo podía dedicar a la Federación. Estuve bastantes años yendo por toda Europa acompañando a los atletas a mítines y encuentros internacionales, la verdad es que me lo pasaba muy bien (risas)", confiesa. "Uno de mis mejores recuerdos fue estar como responsable de entrenadores en los Juegos OIímpicos de Montreal 1976, fue muy bonito. Entrené a atletas como Fernando Cerrada, que llegó a ser líder mundial junior (ahora, sub-20) de 5000 y 10.000 m y fue campeón de Europa junior de 5000 m, y al maratoniano Antonino Baños", recuerda.
Lázaro rememora también una anécdota curiosa con motivo de los Juegos del Mediterráneo de Argel 1975: "El responsable de fondo de entonces, Gerardo Cisneros, no quería llevar ni a Cerrada ni a Baños y tuve que hablar con Cavero para decirle, '¿quién mejor que su entrenador sabe cómo están de forma los atletas?' El presidente se fio de mí, fueron a Argel, Cerrada ganó el 5000 m y Baños, el maratón, y cuando este último recogió la medalla que le entregó Cavero, le dijo: 'Presidente, Tajamar 2-0 España' (risas)".
Cuando glosa la figura de Cerrada, Lázaro destila admiración por las cualidades de su pupilo. "Le descubrí haciendo un 1000 m sobre barro con unas botas katiuskas. Tendría 13 años y lo hizo en 3:00, que era algo impresionante en esas circunstancias. Pensé: 'Este tío es un fiera, es buenísimo', y le planteé dedicarse al atletismo. Pero me dijo que le gustaba mucho el fútbol y entonces le contesté: 'Si te dedicas al atletismo, yo te hago un campeón', y ahí le convencí. Corrió un montón de crosses en su primer año y los ganó todos, y en el Campeonato de España Escolar, que se disputaba entonces, cuál fue mi asombro cuando sacó 200 metros al segundo. Era un superclase, pero no era un gran trabajador, tenía que andar detrás de él y persiguiéndole para que cumpliese el plan de entrenamiento. Tenía potencial para haber batido el récord del mundo", asevera sin vacilar su mentor, que no duda en calificar la presencia olímpica del alcarreño en los Juegos de Montreal como su mayor alegría como entrenador.
Del fondo al martillo… por pura inquietud
Lázaro, entrenador versátil donde los haya, recuerda cómo abrazó otras disciplinas: "Entrené durante mucho tiempo fondo, y me gustaba mucho, pero llegó un momento en el que me dije: 'Esto solo me aburre, tengo que hacer algo más, me voy a especializar en lanzamientos. ¿Cuál es el más complicado de ellos, el martillo? Pues entreno martillo (risas)'. Empecé a entrenarlo en Tajamar, conseguí que me hicieran una zona de lanzamientos muy buena, que creo que deber ser el único colegio en España que la tiene, y de ahí salieron el ahora entrenador de longitud Juan Carlos Álvarez, que llegó a hacer récord de España siendo aún un chaval, Paco Fuentes, que tenía unas condiciones tremendas… Recuerdo que hubo un año en el que los tres medallistas de martillo del campeonato de España junior eran del Tajamar".
Preguntarle a Lázaro si, con la perspectiva del paso del tiempo, prefiere el fondo o los lanzamientos es casi como hacer elegir a alguien entre su padre y su madre: "Ambas disciplinas me han gustado por igual; francamente, me decidí a entrenar martillo porque me di cuenta de que era una prueba que no se entrenaba bien en España. Con el tiempo me hice muy amigo de Lorenzo Cassi, compartíamos ideas y departíamos a menudo".
El 'descubrimiento' de Chuso como marchador
Capítulo aparte merece el que bien podría tildarse de mejor y más maravilloso descubrimiento del atletismo español en la última centuria, el de Jesús Ángel García Bragado. Y es que Lázaro fue capaz de iluminar la trayectoria y el devenir de ese chaval con inquietudes de número uno: "Bragado era alumno de Tajamar y hacía mediofondo y fondo, pero solo era regular. Un día, recuerdo que estábamos al lado de la jaula de martillo, sentados en el tronco de un chopo muy grande que había y me dijo: 'Don Lázaro, me gustaría ser un campeón', y me eché a reír, tendría él 15 o 16 años, y le dije: 'Para velocidad no vales, no has nacido con ella, para saltar tampoco, no has nacido con físico de lanzador…' Y me dijo: '¿Y entonces?', a lo que le respondí: 'Solo veo una prueba que puede salvarte, que es la marcha. Si haces marcha y si eres masoquista (risas), podrás ser un campeón; si no, no. Y me contestó: 'Pues hago marcha'". El resto es historia…
Si de algo se siente orgulloso y satisfecho Lázaro es de haber impulsado sobremanera las categorías menores de nuestro atletismo en la década de los 80, si bien tuvo que maquinar un plan perfectamente estructurado y, quizás lo más complicado, conseguir financiación para conseguir convertirlo en realidad: "Cuando me ofrecieron elegir entre ser responsable de lanzamientos o de categorías menores elegí sin dudar lo segundo porque me gustaba sacar talentos desde abajo. Me inventé un sistema con concentraciones, se lo expuse a la Federación, pero solo me daba para ello 5 millones de pesetas, que era claramente insuficiente para hacer lo que quería, así que pedí permiso para ir al CSD y plantear mi plan. Allí que me fui y conseguí 25 millones, pero tampoco eso me llegaba, yo quería mover a toda España y eso suponía mucho dinero. Al final, y como iban viendo que el plan daba buenos resultados, llegué a conseguir más de 100 millones".
Logrado lo inverosímil, el resto fue coser y cantar para Lázaro, que sabía bien los ingredientes del coctel: "Tenía claro que los chavales tenían que ir a las concentraciones a entrenar y a disfrutar de la experiencia, por lo que planeé actividades varias que no les dejaban un minuto libre en todo el día". Y, a juzgar por su siguiente testimonio, parece claro que esas vivencias juveniles dejaron huella en los protagonistas: "Con el paso del tiempo, muchos de esos atletas que tuve en las concentraciones me acabaron invitando a su boda y eso es algo que valoro especialmente". Nos cuenta, además, una conmovedora reflexión: "Yo les decía a los chavales: 'No os preocupéis de vosotros mismos, preocupaos de los demás. Si sois 50 y todos hacéis eso, cada uno de vosotros tendrá a 49 personas preocupándose de vosotros y no solo una; así el egoísmo desaparece y eso lo cambia todo, los chavales disfrutaban y lo pasaban muy bien".
Lo que tenía claro Lázaro era que había que afinar el olfato. "El objetivo era que no se perdiera un solo talento por el camino y, para eso, además de cuidar el aspecto técnico, había que prestar mucha atención a la parte humana, eso era fundamental para que los chavales quisieran volver a la siguiente concentración", rememora.
Manolo Martínez sufrió en primera persona su exigencia
Ese mimo humano no era incompatible con un alto nivel de exigencia y seriedad que impuso desde el primer día y que fue santo y seña suyo: "Yo les decía: '¿Queréis que sea vuestro mejor amigo? Cumplid las reglas. ¿Queréis que sea vuestro peor enemigo? No cumplidlas'. Recuerdo bien que el primer año tuve que echar y poner en el tren de vuelta a ocho chavales porque se tomaban todo a cachondeo y el dinero del Estado no se puede tirar, hay que aprovecharlo y sacarle rendimiento. A las concentraciones no se viene de juerga, se viene a trabajar, y la puntualidad en cada actividad, desayuno, entrenamiento, irse a la cama, etc. era fundamental para que todo funcionara bien. Un entrenador, al principio de la concentración, asustado por ese orden, dijo: 'Esto es una tiranía', y ese mismo entrenador, al final de la concentración, dijo: 'Esto es una maravilla' (risas).
En la misma línea, Lázaro desvela una anécdota muy buena con Manolo Martínez: "Yo el primer día reunía a los chavales y les contaba las reglas del juego, para que nadie se llevase a engaño después, y Manolo no estuvo en esa reunión porque llegó tarde a la concentración. Al poco de llegar, hizo algo que no estaba bien y le dije: 'Manolo, no te pongo en el tren de vuelta porque no estuviste en la reunión inicial, eso te salva, pero a la próxima ya sabes'. Esta anécdota me la estuvo recordando Manolo bastantes años (risas). Cuando la concentración se terminaba, muchos chavales se despedían llorando de lo bien que lo habían pasado y sabiendo que hasta el año siguiente no habría otra concentración, y de eso estoy muy satisfecho".
Tiene cristalino Lázaro qué cualidades, y no son pocas, debe reunir un entrenador: "Ante todo debe ser un gran pedagogo: puedes tener muchos conocimientos técnicos, saber mucho, pero si no lo transmites al atleta… También hay que ser psicólogo, hay que tratar con delicadeza y cariño al atleta porque, antes que nada, es una persona, y el trato humano está por encima de todo lo demás". Sondeamos a Lázaro sobre si un campeón nace o se hace: "Un campeón nace… pero después se hace. No se puede ser un gran martillista sin tener envergadura, un buen equilibrio, buena coordinación y, lo más importante, velocidad explosiva. Si todo eso no lo tiene, nunca será un campeón, pero si tiene esas cualidades y no las trabaja y persevera, tampoco lo será".
De Natalia Sánchez a Mariano Haro, pasando por Juantorena
El maestro tiene claro quién es el vivo ejemplo del tesón y la tenacidad, la única atleta a la que entrena en la actualidad, Natalia Sánchez, una de las mejores martillistas españolas, bronce en el último Nacional absoluto y que ostenta una marca de 65.69 m. "Llevo entrenándola desde que tenía 10 años; ahora tiene 22 y ha ido mejorando poco a poco, año tras año, y sigue progresando. Es importante que el atleta sepa hasta dónde puede llegar. Ella me ha preguntado: '¿Puedo llegar a ser olímpica?' Y le he dicho que sí, pero si me pregunta si puede llegar a ser campeona olímpica, le tendría que decir que no, porque le faltan 10 centímetros de estatura y yo eso no se lo puedo dar. Otra atleta que sea 10 centímetros más alta que tú siempre va a lanzar más en las mismas condiciones. Dicho eso, a Natalia la llamo 'Miss Fortaleza', porque hace todo lo que le mandes aunque esté mala, pone toda la atención cuando le corriges un gesto técnico y no para de hacerlo hasta que le sale bien. Es increíble. Es una chica de una constancia tal que, si no triunfa, la culpa será mía. Yo lo habría dejado ya, pero continúo por esta chica porque tiene una ilusión enorme y una fe ciega en lo que yo le digo, así que tengo que seguir hasta que mi cuerpo aguante. Yo la estoy ayudando mucho, pero ella también me ayuda mucho a mí porque me hace conservarme con espíritu joven".
Cuando le preguntamos sobre qué atletas le han impresionado más después de más de media centuria viendo atletismo, Lázaro nos comenta: "El portugués Fernando Mamede, que llegó a batir el récord del mundo de 10.000 m (27:13.81), era muy amigo de su entrenador, Moniz Pereira. También el cubano Alberto Juantorena. Yo sabía los entrenamientos que hacía y era un auténtico masoquista. Mariano Haro fue buenísimo, creo que podría haber llegado más lejos si hubiese corrido en otra época. Y entre las mujeres, me encantaba Carmen Valero, era estupenda, yo tenía bastante trato con su entrenador, Josep Molins".
Figura esa, la del técnico que guía a los atletas, poco reconocida en muchos casos: "Un entrenador, si de dedica a esto, tiene que estar remunerado como Dios manda. Afortunadamente, yo trabajaba en el colegio Tajamar, tenía mi sueldo y podía entrenar sin preocuparme de ese aspecto". Nos dice que le ponemos en un apuro cuando le invitamos a que cite al que él considere como el mejor entrenador español de la historia, pero recoge el guante: "Dos de los mejores, sin duda, han sido José Luis Torres, y José Luis Martínez. Han sido muy honrados, sinceros, y se han dejado la piel y la vida por entrenar".
Cuando se pone el traje de espectador, Lázaro tiene sus debilidades. "Me gusta mucho el mediofondo, las carreras de media distancia son una maravilla. Hay que tener una gran resistencia orgánica, un ritmo-resistencia enorme, buena velocidad, resistencia muscular… Y también me encanta ver los lanzamientos, sobre todo para fijarme en los aspectos técnicos de los atletas. Hay veces que ves a un lanzador con un físico espectacular y realmente lanza mucho, pero te das cuenta de que si puliese algunos detalles técnicos aún podría lanzar más". Ya en las postrimerías del diálogo, emite Lázaro un aserto que dejará boquiabierto al lector: "Estoy convencido de que a mis 87 años aún tengo cosas que aprender, siempre hay algo que ves en los demás que te puede ayudar a mejorar. El entrenador nunca debe pensar que ya lo sabe todo porque eso no es verdad". Querido y admirado Lázaro, si tú tienes cosas que aprender, imagínate nosotros…
Lázaro Linares, el maestro eterno
Martes, 17 de Enero de 2023
Emeterio Valiente
Image