Natalia Rodríguez, la campeona que sí fue

Seis Mundiales, una medalla, un infortunio
Martes, 18 de Julio de 2023
Alberto Hernández
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Natalia Rodríguez llega a meta en Berlín 2009
RFEA/Miguelez Team

“Berlín, sin duda”. Catorce veranos después ya puede expresarlo con serenidad. La maduración adscrita al paso del tiempo permite responder sin vacilar cuando le preguntan cuál fue el momento más determinante en su largo vagar por los Mundiales; corrió seis, llegó a la final en la mitad, una medalla de bronce. Y Berlín, claro. Siempre el rumor de aquella tarde donde las emociones se desparramaron por el templo de Jesse Owens. Alcanzaron las nubes. Besaron el suelo. Todo en apenas minutos.

“Esa noche, tras la carrera, decidí desconectar”, recuerda Natalia Rodríguez, madre de dos hijas, todavía, pese a las infidelidades de este, enamorada del atletismo. “Miguel (Escalona), mi entrenador, insistió en ir a cenar y hablar de lo sucedido, pero no me apetecía nada. Cuando surge un problema, en el deporte y en la vida, siempre trato de resolverlo y no agrandarlo; me interesaba pasar página cuanto antes. Quizás no fue la mejor manera de afrontarlo… porque después de años sigo arrastrándolo”. Habla pausada, sin pena, tono analítico, casi quirúrgico. Se intuyen las ganas de sanar. De desbrozar el conflicto interior que de vez en cuando le sale al paso: “Tengo la sensación de que le debo algo a este deporte”.

Lo que ocurrió el 23 de agosto de 2009 fue que su obra maestra, recién inaugurada la treintena, resultó un thriller en el que uno tiene la sensación de que la justicia se desvanece sin que nadie pueda hacer nada por retenerla. “Me veía favorita, claro que sí”, sostiene sin dudar, haciéndonos retroceder, rencontrando ese halo de superioridad que desprendía cada vez que afilaba los clavos, porque durante unos días fue sin duda la mejor del mundo. “Físicamente estaba como nunca, llegué a mi tope. Sin lesiones, corriendo súper bien, sintiendo que podría conseguir lo que quisiera. Me veía candidata al oro más allá de cómo estuvieran las rivales”. Lo notaba ella, lo percibían todas. Cimentó su triunfo en la quietud de la pista de calentamiento, lejos del graderío abarrotado que se intuía no demasiado lejos: “En los progresivos era como si volara. Las demás corredoras me miraban y sé que les estaba transmitiendo eso. No se centraban en su calentamiento, estaban observándome”. Contemplaban el génesis de lo inevitable. Y poco después la lógica confirmó sus certezas: Natalia primera, las demás, detrás.

Natalia Rodríguez en Berlín 2011 - la caída

Antes, a falta de media vuelta, última curva, se habían abierto las puertas del paraíso. Un espacio de luz por el que se introdujo como embadurnada en vaselina, amoldándose al hueco que conducía a la azotea del podio. Pero Gelete Burka convocó a la oscuridad. Pretendió cerrarlo desatendiendo a su menuda genética, creyéndose gigante, corrigiendo su pereza táctica (no era la primera vez, no fue la última). Y Natalia, también liviana -sin alcanzar el metro sesenta y cinco, sin llegar a los cincuenta kilos-, defendió su osadía. Con brío, con fe. Los jueces entendieron que con exceso de ambas. La etíope rodó por el piso y a Natalia, todavía con la piel sudorosa y el recuerdo su galopar imperial frente a tribuna, le comunicaron que no era la campeona.

Lo que más dolió a los afines, visto el despliegue de energía con el que remató los 1500 metros, fue la seguridad de que la victoria hubiese sido suya igualmente sin acceder a aquella ranura envenenada. Más tarde o más temprano. Por dentro o por fuera. Saltando por encima o arrastrándose. De frente o de perfil. Era un oro reservado, con nombre, apellido y denominación de origen. Tal era su envergadura en aquel campeonato. Lo que más le dolió a ella regresa de vez en cuando a doblarle la sonrisa, que no la felicidad.

El otoño duró lo que tarda en llegar el invierno. Otro Mundial. Doha. Óvalo reducido, pero prácticamente las mismas caras que el día de autos. “Estaba dentro la espina de una experiencia tan dura. Fue el reencuentro con Burka. El primer día, tras acabar de entrenar, coincidimos en el bus que nos llevaba al hotel. Nos sentamos juntas y charlamos. Seguía defendiendo que llevaba razón. ‘Perdono pero no olvido’, me dijo. Mi teoría es que cuando ejecuté la maniobra de adelantamiento ella no tenía fuerzas y quiso impedirla cerrándome. Pero en fin, íbamos a competir de nuevo… que ganase la mejor”. Y la mejor volvió a ser Natalia. Medalla de plata. Subcampeona. Que es mucho, pero no lo mismo: “No acabé de sentir que compensaba lo que había pasado, no me sirvió para superarlo”.

Daegu 2011. De nuevo aire libre. Espacio amplio. Horizontes abiertos. Aceptable feeling, aunque psicológicamente no era lo mismo. “Son cosas que merman. Incluso aunque estuviera fuerte, que lo estaba. Gané el bronce y me siento orgullosa, es un resultado superbueno. Pero lo que me hizo decir ‘olé’, lo que más valoro, es haber podido estar en cabeza hasta los últimos metros a pesar de los pensamientos negativos”.

Fue su tercer y último puesto de finalista. Antes había sido sexta en Edmonton 2001, el debut: “Era todo a ganar. No tenía que demostrar nada. Me encantó el país, la gente… si lo pienso ahora, es difícil estrenarte con una actuación como esa”. Misma plaza privilegiada ocupó en Helsinki 2005, arribando contrarreloj, apurando el proceso de recuperación de una lesión de tibias: “Llegué a ciegas y salió bien. Me encanta una foto en la que aparezco con las manos en el pecho nada más llegar a meta… Era la alegría de pensar, en ese mismo momento, todo lo que había trabajo para conseguirlo”. Dos semanas después la euforia se multiplicó: en Rieti se convirtió en la primera española en romper la barrera de los cuatro minutos: 3:59.51, récord nacional vigente.

Natalia Rodríguez, Daegu 2011

Entre ambos eventos, París 2003. Aprendió a la fuerza, como se suele aprender cuando tu oficio consiste en poner el cuerpo al límite: “Estaba en una gran forma. Me sentía fuerte. La temporada iba fantástica. Había ganado la Golden League (antigua Diamond League) de París, segunda en Roma, campeona de España… Pero al Mundial llegué justa. Me bajaron mucho las defensas. Me pasó siempre que afinaba demasiado, cogía catarros, me subía la fiebre. No pude pasar de semifinales”.

A Osaka no acudió por estar disfrutando de su primer embarazo. Berlín y Daegu, ya conocen. El telón lo bajó en Moscú y el recuerdo es “agridulce. Conseguí clasificarme con mínima B, pero no rendí al nivel al que podría haber rendido. En 2012, el año de los Juegos de Londres (cae en ‘semis’ tras haber sido sexta en Pekín), estuve de concejal de deportes en Tarragona. Mucho estrés, problemas con el tobillo, rotura de gemelos tras el Europeo de cubierta de Gotemburgo… Quería intentarlo y, través de los entrenos, ganar fuerza mental. Pero no di para más”.

Fue el último Mundial de la que para no pocos expertos es la mejor corredora nacional de todos los tiempos (apréciese corredora, no mediofondista). El último de corto, porque sigue al pie del cañón, mordiéndose las uñas frente a la pantalla, imaginando cómo solventar los rompecabezas que se les presentan a sus sucesoras: “Tengo esa chispa de ver a las compañeras y sentir que estoy compitiendo con ellas, ese punto de rivalidad, de querer ganarlas… Entiéndeme, les deseo lo mejor a Marta, Esther y al resto, es solo que cuando se ha estado ahí es complicado desconectar”.

Echa la vista atrás y, pese a que sobrevuelen la conciencia los días antipáticos, vence la cordialidad de los otros, cuando se desplazaba como si el esfuerzo no fuese requisito y encendía la admiración, el cariño, de los consumidores de talento, que sin duda firmarían bajo el sencillo resumen de su viaje por el Campeonato del Mundo y más allá: “Valoro todo lo que he hecho”. Entonces, mujer agradecida, atleta compacta, agradece “la suerte que he tenido con Miguel Escalona. Él supo conocerme, me cogió el punto exacto”. Y antes de despedirnos lanza un mensaje en una botella, reflexión en voz alta que tal vez llegue a las playas de la nueva generación. O de la vieja. “No solo es ganar. He experimentado la victoria, pero las he visto de todos los colores. Una aprende a valorar lo bueno y lo malo; tal vez sea la razón de que estuviese tanto tiempo en la élite”.

Los 6 Mundiales de Natalia Rodríguez

 

HISTORIAL DEPORTIVO DE NATALIA RODRÍGUEZ