REYES ESTÉVEZ, Míster Mundial (I)

6 Mundiales y mayor número de actuaciones (17)
Martes, 4 de Julio de 2023
Alberto Hernández
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Reyes Estévez en Atenas 1997
RFEA/Miguelez Team

Dicen los que saben que jamás hubo uno con más clase. Su facilidad de desplazamiento no se podía trabajar. Milagro de la fisiología. Tobillo de época. Y dicen los libros de estadística que en el Mundial de Atletismo nadie vistió la remera del equipo español más veces: 17 actuaciones. Seis campeonatos. Cinco finales. Cuatro entre los seis primeros. Dos medallas de bronce.

Siempre en la misma prueba. Porque los milleros de una pieza, cuando huelen las noches de verano, la efervescencia del graderío, la inminencia del combate… no quieren oír hablar de otra cosa que no sea el 1500.

Atenas 1997: hallando su destino

Los años anteriores había logrado grandes marcas y, menos de un mes antes, quedé campeón de Europa sub 23”, pone en contexto Reyes al comienzo de nuestra charla, justo antes de recordar que el curso 1996 le despertaron del sueño olímpico en semifinales. Ahora era distinto. Barajaba muchas más opciones de asentarse en la última ronda, aunque “tenía mucho respeto por los buenísimos rivales”. La presión no resultó densa, se lidiaba sin drama, más que nada porque casi toda era para Fermín Cacho. No percibía agobio ‘El júnior’, como le llamaban cariñosamente los compañeros de concentración: “Estaba en un segundo plano, muy protegido, sobre todo por el grupo de medio fondo y fondo. Me sentía relajado sabiendo que lo que hiciese iba a estar bien”.

Pero un lobo, aunque joven, no deja de ser un lobo. Y él cavilaba. Tenía expectativas más allá del discurso simplón, no quería refugiarse en aquello tan manido de “he venido a aprender a mi primer Mundial”. Los grandes vienen aprendidos de casa. Él quería “estar en la final, ese era el objetivo”.

Su maestro, Gregorio Rojo, no había podido viajar. El sabio que moldeó sus ímpetus en el CAR de Sant Cugat, el viejo zorro alucinado en cada entrenamiento con aquel muchacho que corría como no había visto correr a nadie. Se apalancó en Barcelona, rumiando el nerviosismo frente al televisor. Así que “fui adoptado por Fermín y su entrenador, Enrique Pascual. Aprendí muchísimo de ellos”.

¿Y la tensión? ¿El ego? ¿La lucha de clases? “No existían, nunca hemos tenido un mal gesto”, apunta rotundo, aclarando que “Fermín sabía que yo estaba muy fuerte pero también que él era superior”. Supieron discernir lo personal del negocio. Sin clavos todo era cordialidad, la forja de una amistad mantenida hasta hoy: “Lógicamente cada uno quería ganar y nos hemos picado compitiendo y entrenando, pero siempre de manera sana. Estoy muy agradecido por todo lo que me ha enseñado un campeón como él… Piensa que yo era un cadete que le vio ganar en mi ciudad el oro olímpico y cinco años después estaba con él en el Campeonato del Mundo. Algo maravilloso”.

La final. Lo ha dejado claro. Pero la mente es ambiciosa y, hasta nueva ley, no es preciso pagar por permitirla volar. ¿De verdad que no…? “No, lo prometo: no pensaba en la medalla. Revisaba las listas y alcanzar la última carrera ya lo veía algo complicado”.

La primera, sin embargo, fue un camino sin piedras. Gana con 3:36.20, récord del Estadio Olímpico de Atenas. “Me encontré bien, quería seguir con esas sensaciones en la semi”, relata a modo de introducción al análisis de una ronda que considera “la hora de la verdad. Ahí se ve cómo estás realmente, es imposible engañar a nadie”. No lo hizo, entró segundo y se clasificó por puestos.

Los móviles brillaban por su ausencia entonces, así que los nervios de las horas previas se diluían principalmente en conversaciones con los compañeros. Uno era Manuel Pancorbo, que lo tenía claro: “Chaval, a 250 tiras a muerte, sin mirar atrás”.

Llegado el momento lo hizo. Y se arrepintió. “Cambié fuerte cuando quedaba poco más de media vuelta… pero tenía que haberlo hecho antes, no reservarme tanto hasta escuchar el toque de campana”, rememora con un puntito de rabia. “¡Es que terminé con fuerza!. Sé que podía haber estado más arriba. Cien metros más y me hubiese pegado a Fermín e Hicham… Estaba muy enfadado al acabar”.

No era tanto cambiar el bronce -fascinante tesoro- por otro color como la sensación de traición a un estilo, a una forma de entender la majestuosidad de la prueba: “Siempre cambiaba con el corazón y no con la cabeza. Lo hacía por mí, por la gente, por el espectáculo… Y ese día, por usar la cabeza, me quedé con un sabor amargo”,

No tardó mucho en aclararse la boca, el tiempo justo para echar un vistazo a la clasificación y ver, tras su nombre, el del campeón olímpico y plusmarquista universal Noureddine Morceli. Luego pisó el podio. A un costado él. Al otro Cacho. Entre ambos El Guerrouj. La grandeza que todos auguraban a Reyes Estévez le había alcanzado. Y él se sentía: “El hombre más feliz del mundo”.

Reyes Estévez en la final Sevilla 1999

Sevilla 1999: felicidad

Fue mi mejor actuación”, sentencia al iniciar el siguiente capítulo de sus aventuras en los Mundiales. No habla de la ronda de calificación, que venció. Ni de la semifinal, tercero sin dificultades. Se refiere a la final más rápida de la historia del evento. Vibrante, descarnada. Delicia para el aficionado. Tortura para las piernas.

Ganarse el derecho a ser protagonista supuso un proceso agradable para Reyes: “Fueron los momentos de mayor felicidad en mi trayectoria deportiva”. Corría en casa. Medallista hace dos años. En plena forma. Una fiesta: “Tres españoles en la final, Fermín, Andrés Díaz y yo. Había una expectación terrible, el Telediario dio la carrera en directo y fue una de las retransmisiones deportivas más vistas: ¡Me hice muy famoso tras aquello!”, ríe mientras los recuerdos acuden a sus labios: “Nos llevaron al estadio en coches de la policía secreta, con los cristales tintados. El sonido de los helicópteros volando… Tenías la sensación de que el atletismo puede ser un deporte de masas”.

Todo era distinto a Atenas. El aficionado le aguardaba. Reyes, uno de los favoritos, no había debate en eso. “Venía de ser campeón de Europa en el 98, Adidas me hizo una campaña de publicidad muy bestia… pero, antes que medallas, yo hablaba de la final. Correr una de las grandes en tu país es de las cosas más bonitas que puedes experimentar, pero alcanzarla es lo más difícil”, esgrime, no con falsa modestia, sino con el realismo que inyecta en vena la alta competición. Y remata: “Por supuesto que, aunque cauto, de alcanzarla estaba convencido de que podría pillar metal”.

Lo pilló. Y su pelo tintado de rubio platino, precursor de un futuro menos encorsetado, se coló en todos los hogares españoles. El chico de Cornellá capaz de volar por delante de Fermín Cacho, de aceptar el envite del mejor de siempre, Hicham El Guerrouj, quien ordenó a su compatriota Adil Kaouch oficiar de liebre, lanzar la prueba a paso de mitin, ejecutar un ritmo por debajo de los tres minutos y medio, algo jamás visto hasta entonces en la historia de los grandes campeonatos.

Cambié muy brusco, puede que me pasara un poco, pero tras lo de Atenas me prometí que nunca más me iba a quedar con las ganas. No lo oculto: fui a por el oro. Fríamente, si me hubiera quedado con Noah Ngeny, podría haber peleado la plata… porque hay que ser honesto: el oro estaba muy difícil ese día. Difícil no, imposible”.

Se marchó de La Cartuja con su segundo bronce, personal best (3:30.57) y el íntimo orgullo de haber dejado que fuese el corazón quien le guiase en la carrera más importante de su vida.

Reyes Estévez en Edmonton 2001

Edmonton 2001: A las puertas

Se celebraron unos Juegos Olímpicos. Y él, emergente líder de la nueva generación, estuvo ausente. Fue un punto de inflexión en su vida más allá del deporte. Herida que escuece. Interrogante sin encalar. La polvareda levantada por su exclusión de la selección se acumula en los rincones de la hemeroteca. Curiosos, jóvenes o poseedores de memoria frágil, echad un vistazo en Google para adquirir contexto.

En 2001 Reyes busca redención, la devolución de su trono. Lo hace con voracidad, quizás un punto de ansia. Desde los primeros compases del curso: en invierno ya es subcampeón mundial en sala.

En agosto viaja a Canadá. Define su condición con una frase de múltiples lecturas: “No llego en mal momento”. Pueden extraerse variados matices. Por supuesto que está bien, pero, ¿suficiente -mental y físicamente- como para pelear contra tipos tan hambrientos? Esa falta de euforia tiene una explicación: “Solo he ido a grandes campeonatos de cubierta dos veces en mi vida: 2001, por sacarme la espina de Sidney, y 2005, porque el Europeo se disputó en Madrid. ¿Eso que quiere decir? Que por estar fino en esos eventos no cargaba tanto, hacía menos fuerza y menos kilómetros, y llegaba al verano con menos fuelle. No podía aguantar la temporada estival al 100%”.

Aconteció un Mundial extraño. De horarios incomprensibles. Una final taurina, a las 17:00 de la tarde. Gorras, gafas de sol. Sin rastro de la liturgia habitual del mediofondo, cielos negros, focos desparramando su luz en el sintético. “Me impactó eso, nada que ver con la programación habitual en Europa”, cuenta como si la sorpresa le volviese a asediar más de dos décadas después. Y luego la altitud. No demasiada. Apenas 650 metros sobre el nivel del mar, pero suficiente para encanallar la garganta: “Se irritaba, no estabas cómodo. Era un clima seco”.

No tenía miedo, pero sí preocupación. Deseaba una carrera de gran escena. De campeonato. Los mítines emergían como setas en el calendario, empachaban. Por eso en semifinales “no quería que se clasificara ningún marroquí además de Hicham, para que la carrera no fuera súper rápida, para que no hubiera liebre”. Pero sus plegarias fueron desatendidas. Si no quieres caldo apáñatelas con estas dos tazas: Abdelkader Hachlaf y Adil Kaouch. Lealtad contrastada al servicio del jefe. Hubo otro español en la start list, José Antonio Redolat, pero nosotros no jugamos a ‘eso’. Porque, aunque sea perfectamente legal, no se debe jugar a ‘eso’. Los sueños atléticos deben ser como el pin de la tarjeta de crédito, intransferibles.

La hora de la verdad, parecida a Sevilla, “aunque no tan rápida por efecto del calor; el que no fue capaz de adaptarse sufrió mucho”. Compadrea entre mitos (además del El Guerrouj, ¿les suena un tal Bernard Lagat), bien colocado en el último 500. Resiste, aprieta los dientes, coteja sus opciones. Nada que envidiar a ningún rival. Pero a falta de 300 metros, enclave habitual de algunos de sus más legendarios hachazos, la falta de invierno le hiela. Faltan marchas. Bye, bye, reprís: “Me pasa factura el ritmo. No tengo más. Pero era la única manera de hacer frente a Hicham si quería tener una opción. Él siempre iba a poner la carrera tirante, no esperar al final y cambiar, porque ahí se le podía vencer. Debía estar con él, sabiendo que era capaz de meter un último mil en 2:16 o 2:17. Es increíble la marca con la que ganó teniendo en cuenta la climatología: 3:30.68. Tiene casi más valor que lo del 99”. Reyes, quinto, acota: “Hice un gran campeonato, pero no fue suficiente”.

 

HISTORIAL DEPORTIVO DE REYES ESTÉVEZ