Ruth Beitia: ocho Mundiales, una medalla y mucha felicidad

La atleta española con más Mundiales disputados
Lunes, 7 de Agosto de 2023
Emeterio Valiente
Image
Ruth Beitia
RFEA / Miguélez Team

Desde Paris 2003 hasta Londres 2017, Ruth Beitia acumuló ocho presencias mundialistas, hito sin parangón entre las féminas españolas. En las siguientes líneas Ruth, muy alta en todos en los sentidos, se agacha para viajar a través del túnel del tiempo y rememorar sus participaciones, que dejaron una huella indeleble en la historia de los mundiales.

Inicia esta cántabra universal su parlamento con una sincera reflexión: “Me va a venir muy bien este reportaje para hacerme pensar y recordar todos esos momentos que viví en esos años. Para mí ha sido un auténtico privilegio disputar ocho Mundiales consecutivos, siempre tuve la sensación de ir aprendiendo en cada uno de ellos, aun con sus diferentes casuísticas. ¿Satisfecha? Bueno, siempre quieres más, yo además era más saltadora de pista cubierta, pero en general contenta de haber disputado tantos Mundiales y hacer el último salto de mi carrera deportivo en uno de ellos”.

París bien vale un debut

Inició Ruth su periplo en Paris 2003, con 24 años. Apenas unos días antes de la cita había hecho historia al franquear por vez primera en la historia del atletismo español los 2.00 m en Avilés. Con esas credenciales, podría saber a poco el 11º puesto que cosechó en la final, pero una sensata Ruth nos pone en contexto: “Al ser mi primer Mundial, iba muy ilusionada. Mi objetivo era pasar a la final, es verdad que ya había saltado 2.00 m, pero el nivel que había en esa época era espectacular. Por ejemplo, ese mismo día de Avilés la sueca Kajsa Berqvist saltó 2.06 m. Acabé 12ª del ranking de ese año, así que dimos por bueno ese 11º puesto con 1.90 m”.

Advierta el lector que no es casualidad ese salto al plural, y es que Ruth siempre tiene presente a su ‘alma gemela’ o como ella siempre le llama, “mi 50%”, Ramón Torralbo: “Yo era la imagen de ese tándem, pero los logros los conseguimos entre los dos”.

Helsinki y el trivial con Mendía

Dos años después, Ruth se presentaba en Helsinki con la vitola de haberse proclamado subcampeona continental en el Europeo en Pista Cubierta de Madrid cinco meses antes, pero la sesión estival no fue tan favorable. De hecho, acudió al Mundial sin el título nacional que sí lograría antes de sus otras siete apariciones.

En todo caso, nadie mejor que su amiga del alma, Marta Mendía, para relegarla a esa segunda plaza: “En esa época todavía estaba muy ‘peleada’ con Marta en los Campeonatos de España y me ganó ese año en Málaga. Dentro de mi amistad, la tenía muchísimo respeto como atleta; era cuatro años mayor que yo y fue la primera que saltó sobre 1.90 m. Recuerdo concursos en que las dos saltábamos 1.94 m, luego 1.96 m, y así íbamos creciendo en duelos de verdaderas amigas. Una de las mejoras cosas que me ha dejado el atletismo es su amistad. Recuerdo que estábamos juntas en la habitación y que, como yo no pasé a la final y ella sí, estuve con ella todo el rato, la acompañé hasta la cámara de llamadas y la estuve animando como loca desde la grada”.

Todo eso, claro, después de innumerables partidas de trivial, juego que nunca faltaba en la maleta de Ruth, y en el que tampoco había una supremacía nítida entre ellas: “Dependía mucho de los colores (risas). Yo era más del azul, amarillo, naranja y ella era más marrón, rosa…”.

Ruth Beitia

Atisbando el cajón en Osaka

Arribó Ruth en Osaka 2007 con la confianza que daba acabar de batir el aún vigente récord de España, esos 2.02 m que protagonizaron el Campeonato de España de San Sebastián y que la situaban en el tercer peldaño del ranking de la temporada. La lejanía de la sede no le atribulaba: “La adaptación después de viajes largos nunca fue un problema para mí, íbamos siempre con tiempo suficiente para aclimatarnos”.

En un concurso ganado por la croata Blanka Vlasic, Ruth se elevó por encima de 1.97 metros que la auparon hasta la sexta posición, aunque el paso del tiempo puso a cada una en su sitio, el cuarto en su caso: “Eran años de un nivel increíble, pero desgraciadamente, algunos de los grandes nombres que me precedieron en la clasificación fueron un poco irrealidad. A veces veías cambios físicos grandes y notabas cosas raras, pero yo, para salvaguardar mi salud mental, prefería pensar que estábamos todas en las mismas condiciones porque no se podía vivir permanentemente con esa sombra del dopaje en la cabeza. Yo salté 1.97 m, que no estaba nada mal, con esa marca luego fui campeona olímpica en Río”.

De Berlín 2009, donde fue quinta con 1.99 m, Ruth extrajo una enseñanza que le acompañó hasta el final de sus días competitivos: “A partir de ese Mundial siempre llevé dos pares de zapatillas para competir porque saltando 1.99 m se me rompió un cordón, creo recordar que el de la pierna de batida. Me ataba muy fuerte las zapatillas y además después de cada salto me desabrochaba y luego volvía a atármelas, y en una de esas veces se me rompió. Fue una pena porque atravesaba uno de los mejores momentos de mi carrera y esa circunstancia me sacó completamente de la competición”.

Al abrazar al ecuador de su apasionado repaso mundialista, se le ilumina el rostro a Ruth: “¡Es que me he ‘cargado’ (risas) a tres generaciones de saltadoras, que se dice pronto! Por ejemplo, he coincidido con diferentes italianas: en París con Antonella Bevilacqua, luego apareció Antonietta di Martino, después Alessia Trost…”. Las filias y fobias también aparecieron entre las reinas del listón: “La verdad es que en general todas teníamos buen rollo, nos apoyábamos y dábamos palmas para acompañar los saltos, pero con Vlasic nunca llegué a congeniar, no teníamos feeling, iba a su aire y se quedaba al margen, algo que por supuesto es entendible, aunque con su entrenador siempre me he llevado bien y le solía felicitar cuando hacían un buen concurso”.

Daegu y el insólito relevo

Quizá fuera 2011 el año menos brillante de su carrera, sin grandes finales y un mejor salto de 1.96 m, si bien tiene explicación: “Me detectaron que tenía dos protusiones en la espalda, sentía muchos dolores y era una montaña rusa, a veces podía batir bien y otras no. Para intentar mejorar la situación dejamos de hacer el ‘abc’ del salto de altura: cargas axiales, multisaltos, etc., y al final lo que conseguimos fue desproteger la zona. Me di cuenta de eso viendo en la grada la final, sufrí mucho, llorando a moco tendido, sabiendo que el año siguiente iba a disputar mis últimos Juegos. Cuando terminó la final, le dije a Ramón ‘nunca más volveré a ver la final en la grada’. Recuerdo ese 2011 como un importante punto de inflexión en mi carrera”.

En el momento de caer eliminada en la clasificación con 1.92 m, nadie hubiese imaginado que Ruth iba a tener la oportunidad de volver a pisar el tartán coreano, pero se obró el milagro con una trama que frisa la ciencia-ficción: “Era la capitana de la selección y el relevo de 4x100 m lo componían Belén Recio, Plácida Azahara Martínez, Amparo Cotán y Concha Montaner. Quizás las vi un poco desmotivadas y para intentar motivarlas les dije ‘venga, voy a hacer el calentamiento con vosotras y luego me subo a la grada a ver la prueba con Antonio Sánchez’, que era el responsable de velocidad. Estaban los mejores velocistas del mundo calentando, entre ellos Usain Bolt, y algunos me miraban como diciendo ‘¿qué hace esta chica aquí corriendo y pasando el palo?’, era algo rocambolesco (risas). El caso es que, cinco minutos antes de entrar en la cámara de llamadas, Belén se rompió el gemelo y Antonio me miró diciendo ‘no queda otra’. Le dije que salía sin problema, pero que era mejor que hiciese la última posta, y así fue. A partir de ahí se le empezó a dar más importancia a los relevos y fíjate qué 4x100 m femenino de nivel mundial tenemos ahora”.

Presea en territorio comanche

Y por fin llegó la medalla. Unos meses después de retirarse tras los JJOO de Londres, donde ocupó la maldita cuarta posición, Ruth decidió darse otra oportunidad, y a partir de ahí todo fue coser y saltar: “La sensación de volver fue increíble, empecé a disfrutar más que nunca en cada concurso, me veía feliz saltando porque me notaba sin piedras en la mochila y cada competición la veía como una oportunidad y un regalo”.

Eso sí, el regalo que se le presentaba en el Mundial de Moscú parecía envenenado. No en vano, Ruth había declarado en la víspera ir “a territorio comanche” en evidente alusión al triunvirato de rusas de primer nivel que jugaban en casa: “Competía en una de las cunas del salto de altura, pero por fin subí al podio en un Mundial al aire libre, compartiendo en 1.97 m el bronce con Anna Chicherova. De alguna manera, tuve la recompensa de tener un hueco en el podio, después de Londres, de donde me fui con una sensación agridulce porque había hecho el mejor concurso de mi vida saltando 2.00 m a la primera y me quedé sin una medalla que yo sabía que merecía. Ya entonces estaba totalmente convencida de que antes o después esa medalla olímpica iba a ser mía (por mor de la descalificación de la rusa Shkolina, que había sido tercera en los JJOO de Londres y primera en Moscú), pero no lo podía verbalizar. Fue una sensación de decir ‘guau, por primera vez estoy en un gran podio’. Por cierto, han pasado ya 10 años y aún no tengo la plata de Moscú que me corresponde”.

Ruth Beitia

En Pekín 2015 Ruth se presentó con una novedad técnica: “Tuve que cambiar mi forma de saltar porque la pista del Europeo Indoor de Praga me volvió loca, eran como plataformas flotantes unidas y dependiendo de dónde pisaras el bote variaba mucho, conque empecé a salir de parada al aire libre. El podio estuvo muy caro, 2.01 m. Fui quinta con 1.99 m y no fui cuarta por un nulo que hice en 1.95 m. Una pena porque yo era muy segura en mis primeros intentos, sabía que eran muy importantes para la clasificación final, fue por ejemplo lo que me dio el oro en olímpico en Río”.

Un premio más valioso que una medalla

Ruth cerró su periplo mundialista en Londres 2017, aunque no era consciente entonces de que, esta vez de forma definitiva, la capital británica sería privilegiada espectadora de su último vuelo: “Había sido plata ese año en el Europeo en Pista Cubierta, pero después mi cuerpo me dijo ‘chica, o lo dejas tú o lo dejo yo’. Empecé a tener dolores muy difusos, pensábamos que podía ser una artritis reumatoide y ya después de retirarme descubrimos que no tenía apenas vitamina D. Realmente lo dejé porque no tenía respuesta a mis preguntas, pero hubiera seguido. Al menos pude estar en la final, que para mí era fundamental”.

Ruth fue la primera finalista en abandonar el concurso tras no poder franquear el 1.92 m, pero su decepción se tornó en emoción sin límites cuando empezó a percibir la espontánea reacción del entendido público británico: “Según me acercaba a las gradas vi que mucha gente se levantaba, otros hacían gestos y aplaudían. En ese momento estaba embriagada de emociones y luego pensando entendí que esa era una justa despedida. Además, en ese Mundial Sebastian Coe me entregó el trofeo Fair Play. Las medallas son lo que el atletismo me ha dado como deportista, pero ese trofeo es lo que me ha dado como persona”.

Más que merecido epílogo para una descomunal deportista, leyenda viva del atletismo, que tras inverosímil batida, remata: “He sido una saltadora longeva que he tenido los mejores resultados al final de mi carrera deportiva. He sido feliz en todas las ediciones y en las que menos feliz he sido al menos he aprendido. Nunca nos creímos más que nadie, siempre tuvimos la sensación de que había algo que mejorar y pulir, y ese fue el secreto de mantener la motivación hasta el final”.

Ruth Beitia